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Reportaje: ¿Redadas antidrogas “peligrosas”? No tanto para la policía – a menos que las retraten de ese modo

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Los agentes de la ley justifican el empleo frecuente de equipos SWAT fuertemente armados y órdenes para registros inadvertidos – la policía lleva a cabo cerca de 40.000 redadas con equipos SWAT al año – con la afirmación de que protegen la seguridad de los policías. Las muertes dramáticas de dos agentes, Jarrod Shivers de Chesapeake, Virginia, y de Samuel Hicks del FBI, ambas causadas por la elección de tácticas SWAT, indica la interpretación contraria, así como el pequeño número de bajas policíacas con relación a la alta cifra de arrestos por delitos de drogas por todo EE.UU. cada año. Con 1.8 millón de arrestos por delitos de drogas en EE.UU. durante el 2008, en total, siete policías fueron muertos mientras imponían la legislación antidroga, de acuerdo con estadísticas sobre muertes de policías en cumplimiento del deber recopiladas por el sitio Officer Down Memorial Page. De esos nueve, siete sin duda imponían la legislación antidroga, siendo que tres fueron muertos en redadas antidrogas. Tres de los siete fueron muertos en redadas antidrogas. Un octavo policía fue muerto después de la persecución del vehículo, que no fue iniciada ni como parte de la represión a las drogas, de un sospechoso (un ex policía) que estaba en libertad bajo fianza y respondía ante Justicia por un cargo de tenencia de drogas.

[N. del E.: Al principio, incluimos a un noveno policía en esta lista, Timothy Scott Abernethy, como el segundo ejemplo de un caso en que la lucha contra la droga parecía haber estado involucrada, pese a no haberse originado como investigación de un delito de drogas. Un colega del agente Abernethy criticó nuestra inclusión de su caso por tener una relación demasiado tenue con la lucha contra la droga, si alguna, y, después de revisarlo, concluimos que nuestra decisión de incluir al agente Abernethy en la lista fue errónea y hemos editado este artículo según corresponde. Si desea leer más sobre esto, haga clic aquí.]

redadas antidrogas – no son tan peligrosas como las retratan
“En los últimos 10 u 11 años, accidentes de tránsito mataron a más policías que cualquier otra cosa”, dijo Kevin Morison de la National Law Enforcement Memorial Fund, que también recopila una lista de muertes en cumplimiento del deber. “Cuando se trata de ser muerto imponiendo la ley, detener vehículos y la violencia doméstica parecen ser las dos causas más importantes. Entregar órdenes también puede ser peligroso”, dijo.

De acuerdo con la fundación, 140 policías murieron en cumplimiento del deber el año pasado, siendo que 71 de ellos fallecieron en accidentes de tránsito. Solamente 41 policías murieron por heridas de bala, la cifra más baja desde 1956. Un policía fue acuchillado, a otro le dieron una paliza mortal, otro se ahogó, otro fue electrocutado, otro murió en un accidente ferroviario, una bomba reventó a dos, tres fenecieron en accidentes aéreos y 17 sucumbieron por enfermedades relacionadas con el trabajo. Diecisiete policías fueron atropellados y muertos por otros vehículos, normalmente mientras ordenaban el tráfico.

De acuerdo con datos históricos proporcionados por el fondo a la Crónica, la baja mortandad del año pasado entre policías que imponían la legislación antidroga no es casualidad. Entre 1978 y 1988, un promedio de 6,5 policías fueron muertos cada año; en la década siguiente, el número fue de 6,2; y en los últimos diez años, un promedio de 4,3 policías fueron muertos cada año al imponer la legislación antidroga. El año más sanguinario para la imposición de la legislación antidroga fue el de 1988, cuando 12 agentes fallecieron.

Hay ligeras diferencias entre las cifras proporcionadas por el fondo y las surtidas por Officer Down, muy probablemente relacionadas con la manera por que se codifica cada muerte. Las cifras abajo se fundamentan en el cómputo de Officer Down y también en otras investigaciones realizadas por la Crónica.

He aquí la lista de los que dieron sus vidas para mantener la prohibición de las drogas:

  • Jarrod Brent Shivers, detective de la Policía de Chesapeake en Virginia, fue muerto a tiros mientras derribaba la puerta de Ryan Frederick el 17 de enero del 2008. Pese a que Frederick presuntamente administrara un cultivo de marihuana, no se encontró ninguno. Frederick fue condenado por homicidio culposo y sentenciado a 10 años de prisión;

  • Luis Alberto Aguilar, agente sénior de patrulla fronteriza, fue atropellado y muerto por contrabandistas de drogas mexicanos cerca de San Diego el 19 de enero del 2008;
  • Harry Theilepape, cabo de la Policía de la Comarca de Harris en Tejas, murió el 26 de enero del 2008 por heridas de bala que sufrió casi un mes antes cuando arrestó a un sospechoso por tenencia de drogas y tenencia ilegal de una pistola;
  • Anthony Shane, subalguacil de la Comarca de Grundy en Tennessee, fue muerto a tiros el 05 de junio del 2008 al entregar una orden de arresto por infracción del régimen de libertad vigilada a un hombre que respondía ante Justicia por un cargo de delito de drogas. El tirador disparó contra sí mismo cuando más policías lo rodeaban al decir: “Dios mío, déjeme morir. Ya no quiero vivir en este infierno”;
  • Michael Smith Phillips, detective de la Policía de Virginia Beach en Virginia, fue muerto a tiros mientras llevaba a cabo una compra encubierta de drogas el 07 de agosto del 2008;
  • Nathaniel Taylor Jr., oficial de la Policía de Chicago, fue muerto a tiros mientras ejecutaba una orden de registro cuando formaba parte de la brigada de combate a pandillas y drogas el 28 de septiembre del 2008. El tirador tenía antecedentes de delitos de sangre y de drogas;
  • Samuel Steele Hicks, agente especial del FBI, fue muerto a tiros por la mujer de un sospechoso durante un registro inadvertido en una casa de Pensilvania el 19 de noviembre del 2008. Ahora la tiradora, quien afirmó que disparó por temer por su vida, responde ante Justicia por cargos de homicidio doloso;
  • Otro policía, James Scott Burns, oficial de la Patrulla de Caminos de Tejas, fue muerto a tiros después de detener un automóvil y brevemente perseguirlo el 29 de abril del 2008. El asesino era un ex policía que se convirtió en infractor de la legislación antidroga y elaborador de drogas; él estaba en libertad bajo fianza mientras respondía en Justicia por un cargo de tenencia de drogas en la época y al fin cometió suicidio. La pertenencia de Burns a esta lista puede ser interpretada de varias maneras – que sepamos nosotros, él no imponía la legislación antidroga cuando empezó la detención del automóvil, pero las apariencias indican que los cargos de delitos de drogas anteriores y el temor a más de ellos pueden haber estado implicados.

Estos policías murieron en un año en que hubo más de 1.8 millón de arrestos por delitos de drogas, conforme a lo que se ha observado arriba, lo que quiere decir que la policía puede esperar hacer 200.000 prisiones por delitos de drogas para cada oficial muerto. Además de los tres que fueron muertos en redadas antidrogas, dos fenecieron tras hacer parar a conductores que habían sido arrestados y apresados antes por cargos de delitos de drogas y, por lo visto, no estaban listos para regresar a prisión, otro fue muerto haciendo trabajo encubierto, otro en una confrontación con contrabandistas, otro arrestando a un sospechoso de delito de drogas y otro intentando llevar a la comisaría a un infractor de la legislación antidroga que transgredió las condiciones del régimen de libertad vigilada en que se encontraba.

Parece que las redadas con equipos SWAT no son menos riesgosas ni para los ocupantes de los hogares atacados ni para la policía que las realiza. (Se extrajo la siguiente información de los archivos sobre la militarización policíaca en la bitácora The Agitator de Radley Balko. Los lectores que logren soportarlo pueden encontrar asimismo mucho, mucho más allá.)

El 06 de enero del 2008, la policía en Lima, Ohío, mató a tiros a Tarika Wilson, 26, madre de seis, durante una redada que tenía miras a su novio. Al fin el tirador de la policía fue declarado inocente por matarla.

Al día siguiente en North Little Rock, Arkansas, un equipo SWAT de la policía allanó la casa de Tracy Ingle. Despertado por golpes contra su puerta y pensando que estaba siendo atacado por asaltantes armados, Ingle cogió una pistola rota para asustarlos. Los policías dispararon varios tiros y lo hirieron cinco veces. Él pasó más de una semana en cuidados intensivos antes de que la policía lo sacara del hospital para llevarlo a la comisaría e interrogarlo durante cinco horas. Lo acusaron de administrar una empresa de narcotráfico pese a que no se encontrara ninguna droga.

En mayo policías de Connecticut que allanaban un departamento tras enterarse de que la gente fumaba crac allí mataron a tiros a Gonzalo Guizán, quien estaba desarmado. Los policías dijeron que él embistió en contra suya. Todo lo que encontraron fue una pipa de crac.

Las víctimas no son solamente personas. Parece que los perros también son un blanco favorito para la policía allanadora. En lo que es sólo un caso de decenas que aparentemente suceden cada año, Cheye Calvo, el alcalde del suburbio de Berwyn Heights en Washington, DC, Maryland, presenció la muerte de sus dos perros por balazos de parte del equipo SWAT de la Comarca de Prince George que irrumpió en su casa después que su suegra aceptó la entrega de un paquete que contenía con marihuana. Calvo y su familia fueron victimados dos veces: la primera por traficantes de marihuana que se valieron de su dirección para enviar su droga y la segunda por la policía entusiasta de gatillo ligero.

No se sabe con seguridad cuántas personas fueron muertas por policías que imponían la legislación antidroga en general o llevando a cabo redadas antidrogas en particular. Pese a que en 1999 el Congreso de EE.UU. autorizara una ley que exigía que las agencias de la fuerza pública enviaran tales datos, omitió financiar el programa. Los susodichos incidentes son solamente algunos de los más atroces y divulgados, pero dan a entender que aun si realizar redadas antidrogas no es específicamente peligroso para la policía, lo es para sus víctimas.

“Tácticamente esas unidades SWAT son bastante impresionantes, pero son demasiado empleadas”, dijo Peter Moskos, profesor adjunto de Derecho, Ciencia Policíaca y Administración de Justicia Penal en la Facultad John Jay de Justicia Penal de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, ex policía de Baltimore y autor de “Cop in the Hood” [Polizonte en el barrio]. “El problema es que una vez que existen esas unidades, van a utilizarlas. Su meta es la de tener fuerza abrumadora y hacer que todos los policías vivan, pero se muere gente inocente”, dijo.

La fuerza pública se sale con la suya de todos modos, dijo Balko, autor de Overkill: the Rise of Paramilitary Policing in America [Exageración: El surgimiento de la vigilancia policíaca paramilitar en Estados Unidos]. “Si no muchos policías están siendo muertos en las redadas antidrogas, pueden decir que estas tácticas funcionan”, dijo. “Si más están siendo muertos, pueden decir que por eso necesitan ser más agresivos”.

Los policías de brigadas antidrogas son una variedad especial, dijo Moskos. “Muchos policías jamás desearían trabajar en esas unidades”, dijo. “Aunque las redadas sean bien seguras, hacen cosas más peligrosas como operativos encubiertos. Estos tipos tienen la tendencia de ser más blancos, más conservadores y a ellos les gusta derribar seis puertas al día. En las brigadas antidrogas en específico, las despedazan. Hay un cierto revanchismo; les parece que ‘esta gente es bruta, se lo merece’”.

“Absolutamente nadie tendría que ser muerto si legalizaran la droga nomás”, dijo David Doddridge, un veterano de 21 años de la Policía de Los Ángeles quien ascendió al escalón de detective antidroga antes de jubilarse en 1994. “Cuando empecé, solían pasar la lista de asistencia, nos decían quienes tenían órdenes, manejábamos hasta el sitio y tocábamos la puerta. Luego íbamos a la agencia de estupefacientes y trabajábamos en equipos con arietes”, recordó. “Morían más ciudadanos que policías”, dijo Doddridge.

“Pasé varios años en Sur Central pateando puertas y allanando casas y probablemente entregué 50 órdenes de registro”, dijo Doddridge. “No éramos la SWAT, sino solamente un par de detectives antidrogas con sus chalecos y ninguno de nosotros se hirió gravemente. Raramente había alguna resistencia”.

Trabajar con las drogas puede ser peligroso, dijo Doddridge, pero no a causa de las redadas. “Las mismas redadas no son muy peligrosas, son más peligrosas para los civiles”, dijo. “Estar solo de paisano y comprar drogas cuando nadie sabe que eres policías es cuando la cosa se pone peligrosa. Dos de nuestros policías recibieron palizas por comprar drogas en operativos encubiertos en la calle”.

Las cosas empezaron a cambiar con la presentación del programa de subvenciones Byrne para las policías estatal y municipal a fines de los años 1980, dijo Doddridge. “Luego, con Byrne, obtuvimos chalecos y pistoleras de Velcro, cascos de Kevlar, todo eso. Ahora hay miles de equipos SWAT por todo EE.UU. No tienen mucho que hacer, entonces terminan entregando órdenes de registro de drogas”.

No tiene sentido, dijo Doddridge, quien desde su jubilación se ha filiado a Law Enforcement Against Prohibition. “Después de un año más o menos haciendo esas incautaciones de drogas, me pareció una locura. No ayudábamos nada. Y pensé en las caras de aquellas familias, en los niños llorando cuando arrastrábamos afuera a su papá o hermano. Pensé para mis adentros: ¿qué hacemos? – no eran verdaderos criminales que asaltaban y atacaban a la gente. Empecé a sentirme muy mal con relación a todo aquello”.

Sin legalizar el consumo y el comercio de drogas, lo que sería su opción preferida, dijo Moskos, hay un par de cosas que se puede hacer. “Una cosa que podríamos hacer es regresar el reloj”, dijo. “Fue solamente en los años 1970 que nos obcecamos con las drogas. Me parece que deberíamos tratarlas como otros delitos leves, como en los años 1950. El problema es que la productividad de las brigadas antidrogas se mide por cuántas puertas derriban. Necesitan derribar menos puertas”.

Eliminar los mercados de drogas a cielo abierto también sería provechoso, dijo Moskos. “Si uno está preocupado por la violencia allí, hay que llevarlo adentro y sacarlo de la calle. El miedo al arresto y las redadas contra sus casas llevan a los traficantes a la calle, pero tal vez pudiéramos declarar una tregua. Cierre sus persianas, baje el volumen de la música, actúe como un buen vecino, luego podríamos dejarle en paz”.

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