Editorial: Esta semana, la prohibición de las drogas de Colombia a Afganistán

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David Borden, Director Ejecutivo

[inline:borden12.jpg align=right caption="David Borden"]Uno de los momentos menos memorables en la actividad oficial de los EE.UU. (bueno, a decir verdad, bastante memorable para gente como nosotros) ocurrió hace cerca de cinco años cuando Rand Beers, el entonces viceministro de Relaciones Exteriores para Asuntos Internacionales de Estupefacientes y Represión Legal, posteriormente consejero de campaña de John Kerry, fue forzado a retractarse de una afirmación que había hecho en una declaración juramentada en defensa de una empresa de los EE.UU. que estaba siendo procesada por 10.000 ecuatorianos quienes reclamaban que habían sido envenenados. La empresa era la DynCorp, que el Ministerio de Relaciones Exteriores había contratado para llevar a cabo la aspersión aérea de los cocales en Colombia. Los ecuatorianos acusaban que los químicos del programa de deshojadura habían cruzado la frontera, perjudicando los cultivos y el ganado y causando problemas de salud entre la población humana. Beers escribió: “Se cree que los terroristas de las FARC han recibido entrenamiento en campamentos terroristas de la Al-Qaida en Afganistán”.

Después de una denuncia de la UPI, Beers se retractó diciendo: “Quiero asestar esta oración”, escribió. “En la época de mi declaración, con base en informaciones que tenía a mano, creía que este comunicado era verdadero y correcto”. Sin embargo, citas de expertos en inteligencia en el artículo pusieron aun eso en cuestión. “Aquella declaración es un completo disparate. No sé de dónde Beers lo está sacando”, dijo uno. “No parece haber ninguna prueba de que las FARC estén yendo a Afganistán para entrenar. Nunca hemos dado informaciones a nadie sobre eso y, francamente, dudo que alguien ya lo haya alegado en una sesión informativa al Ministerio de Relaciones Exteriores o a cualquier otra persona”, dijo otro. “Mi primera reacción fue la de que Rand debe haber hablado mal”, dijo un empleado del Congreso. “Pero cuando vi la propuesta firmada bajo juramento, no podía creer que lo habría hecho. No tengo idea del porqué de una declaración así”.

Tanto Colombia como Afganistán son noticia esta semana, como sucede a menudo, ya que la guerra a las drogas desempeña un rol adverso. En Colombia, un funcionario militar que sirvió a lo largo de la costa caribeña del país fue exonerado de su cargo; si las alegaciones son verdaderas, los lucros de la industria de la cocaína ilegal – que existe en razón de la prohibición de las drogas – tentó al contraalmirante Gabriel Arango a juntarse a la fiesta. Varios oficiales del Ejército también están siendo investigados por la presunta colaboración con el cartel del Norte del Valle, la organización del narcotráfico más violenta del país. En Afganistán, los funcionarios estadounidenses están citando vínculos entre el tráfico ilícito de opio – que también existe a causa de la prohibición de las drogas – y militares del Talibán y de la Al-Qaida como lógica para intensificar el programa de erradicación forzosa de la adormidera.

Y es un gran error, como han señalado numerosos analistas de Afganistán. Por ejemplo, en un foro aquí en Washington el marzo último, un analista de terrorismo de la CNN, Peter Bergen, contestando a una pregunta que yo le había hecho sobre el tópico, dijo: “La erradicación no funciona. Hay una tremenda cantidad de trabajos académicos que muestran que ella sólo empuja a los cultivadores a los brazos de los insurgentes”. En virtud de la prohibición, ahora tanto el cultivo como la erradicación de la adormidera ayudan a nuestros enemigos. No es una historia de éxito para las políticas de la prohibición – pero, por el otro lado, ¿qué es?

Espero que esta intensificación no incluya la aspersión – los ecuatorianos no son los únicos a explicar cómo la práctica es irresponsable y deshumana. Dado que no es posible hacer cualquiera de las dos – con tanto que exista demanda, la oferta sólo se mudará y los labradores afganos necesitan el dinero -, no hay justificativa para tales riesgos con base en esperanzas legítimas de éxito. Hasta el momento, el gobierno Karzai ha resistido a valerse de químicos y, con suerte, va a seguir haciéndolo. El secretario antidroga John Walters, sin embargo, anunciando una expansión del envolvimiento militar de los EE.UU. en los operativos contra la adormidera esta semana, hizo un comentario de mal agüero que no quiso explicar: “Esperamos un ambiente más permisivo para estos operativos”.

Dado lo que ha sucedido en Colombia en las últimas varias décadas, dado lo que ha pasado en Afganistán – y cómo eso nos ha afectado aquí -, ¿se necesitan más pruebas de cómo la prohibición de las drogas está moral e intelectualmente difunta? Ya es hora de terminar la prohibición de las drogas – de legalizarlas – y, en fin, rescatar a colombianos, afganos y adictos de aquí y de todo el mundo del infierno en que la prohibición los ha zambullido.

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