Esta semana, vino un titular de Birmingham, Gran Bretaña, de un tipo que me frustra particularmente. Es el tipo de titular que me hizo alistar en el incipiente movimiento de legalización de las drogas hace 13 años. âLas pandillas criminales están infiltrándose en las escuelas de Birmingham y niños de nueve están siendo usados como mulasâ, asà como en escuelas en Manchester y Londres, le dijo el ministro de Educación, Jim Knight, a la comisión de la Cámara de los Comunes según el Birmingham Post. âEs una cuestión nueva que queremos cortar de raÃz antes que se vuelva algo genuinamente preocupante para los padres y alumnosâ, dijo Knight después de la audiencia.
No se engañe, es obvio. Si el temor principal en la cuestión de las drogas es el de que las drogas ponen a los niños en peligro, ¿y qué del peligro muy real en que los niños son puestos una vez que sean atraÃdos a pandillas del narcotráfico o aun como mirones? Pero ese problema existe a causa de la prohibición de las drogas. Por todos los contras del alcohol y de los cigarrillos, por ejemplo, seguramente las drogas tanto como cualesquier otros, ¿con qué frecuencia se escucha hablar de niños vendiéndolos en la calle o en las escuelas a otros niños?
Es un problema endémico y la represión âduraâ no es la solución. A principios de los años 1990, la policÃa en Boston, Massachusetts, realizó una gran âredadaâ en Mission Hill, un barrio afroamericano ante todo plagado por la violencia y el desorden, gran parte de ello oriundo del narcotráfico. Un amigo mÃo pasó un verano allà como profesor y mentor de un grupo de escolares â un verano después de la ocurrencia de la redada, por casualidad. HabÃa una diferencia en el barrio, él me dijo, estaba mucho más limpio que antes, por lo menos por un rato. Pero aun entonces, los niños en su grupo aún eran parados en el camino de ida y vuelta de la escuela por miembros de pandillas narcotraficantes que querÃan que ellos trabajaran para ellos, un fenómeno preocupante y desalentador.
Aquà mucha cosa está en juego. Si la prohibición atrae a los niños â de nueve años â al narcotráfico, en algún punto también los presenta a las armas que los vendedores clandestinos usan para protegerse. Los jóvenes y las armas no siempre hacen juego, y me quedo corto. Un joven tiene más chances (por término medio) de usar realmente un arma por miedo o por la emoción del momento, o por un mal juicio, que un adulto (más una vez, por término medio), aun un criminal adulto. Blumstein atribuye provisoriamente el alza de mediados de 1980 en la violencia y el aumento considerable en la posesión juvenil de armas a la combinación de tráfico de crack â que aumentó el número de vendedores necesarios en el narcotráfico porque la droga tiene corto efecto y los adictos hacen más compras separadas de ella â y las leyes de penas mÃnimas obligatorias, que aumentaron el riesgo para los adultos en el narcotráfico y, de ese modo, el precio que exigÃan para participar en ello, además de crear el incentivo a usar menores que no están sujetos a las mÃnimas obligatorias y que trabajarÃan por menos dinero. Juntándose a partir de esa base, las armas se volvieron más comunes en la población juvenil en general. Consecuencias involuntarias, pero no impredecibles.
Un póster famoso de los dÃas de la ley seca representa una figura materna con niños, diciendo: âSu seguridad exige que usted vote en la revocaciónâ. Asà era antes â asà es ahora.
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