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Reportaje: El Estupro en las Prisiones y la Guerra Contra las Drogas

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Las agresiones sexuales contra prisioneros son un problema endémico en los Estados Unidos, no aislado, la guerra contra las drogas está empeorando el problema y los presos de la guerra a las drogas están entre aquellos que tienen más chances de volverse víctimas, de acuerdo con un informe lanzado el jueves. El informe, "Stories from Inside: Prisoner Rape and the War on Drugs” [Relatos Desde Adentro: Los Estupros de Presos y la Guerra Contra las Drogas], es del grupo de derechos humanos Stop Prisoner Rape, que llama la violación de prisioneros “una crisis de derechos humanos de magnitud asombrosa”.

tapa del informe de la SPR
Hay dificultades en obtener números ciertos para un crimen en que la humillación, el estigma, el temor de la retaliación – y quizá el temor de apuro o acción judicial de los funcionarios – inhibe la denuncia, pero de acuerdo con informes preliminares de la Agencia de Estadísticas de la Justicia, que está armando un sistema nacional y anónimo de denuncias, 4% de los prisioneros informaron ser sexualmente agredidos el año pasado. De acuerdo con el sondeo citado en el informe, hasta 20% de presos y 25% de las presas han sido víctimas de agresión sexual en la cárcel o en la prisión. Con una población carcelaria y penal aproximándose ahora de los 2,3 millones, el número de víctimas puede estar en los cientos de miles.

Para los presos, el padrón más común es la agresión sexual cometida por otros presos. Para las presas, frecuentemente pasa la agresión sexual cometida por guardias u otros empleados de la prisión.

Aun los números informados pueden ser bajos, de acuerdo con algunos expertos. El Dr. Terry Kupers, un psiquiatra especializado en salud mental en la prisión y especialmente en la salud mental de los prisioneros que han sido agredidos sexualmente, le dijo a la Crónica de la Guerra Contra las Drogas que los números pueden ser mucho más altos.

“Mi estimativa es que sea mucho más diseminado que lo que las estadísticas muestran”, dijo Kupers, que ha hecho publicaciones frecuentes sobre el estupro en la prisión y ha depuesto como testigo experto en nombre de víctimas de violación en la prisión. “Creo que el dato de 20% es bajo por dos motivos. Primero, la gente no informa porque le tiene miedo al estigma. Los hombres sienten que eso no es digno de los hombres y no lo admiten. También hay el temor de retaliación en la prisión, o del personal o de los demás prisioneros. Segundo, mucha actividad sexual no es definida como estupro por los participantes. Un hombre joven y bonito entra en la prisión y un preso más viejo le dice ‘Voy a tener relaciones contigo y si estás de acuerdo no te pegaré y te protegeré de los demás prisioneros’. El joven está de acuerdo y se vuelve una pareja ‘voluntaria’, pero eso es estupro, es coerción por miedo. Esos chicos pueden decir que no están siendo violados, pero lo están”.

Lo que le pasó a Chance Martin en 1973 no fue algo bonito, pero tampoco fue fuera de lo común. El joven universitario de Indiana fue arrestado en una fiesta en un hotel después que otro invitado dejó un pedazo de hachís en el vestíbulo y lo botaron a la Cárcel de la Comarca de Lake en Crown Point. Allí, él fue atacado y agredido sexualmente por otros seis internos en una celda común sin supervisión.

“General pop era una celda grande que abrigaba a 40 hombres”, recontó en el informe. “Era media noche cuando llegué allí. Mis compañeros de celda estaban todos aguardando el juicio o cumpliendo sentencias municipales. Uno era un hombre rubio con bigotes cuyo rostro estaba hecho pedazos – y que se quedaba estrictamente quieto. Encontrándome desesperado en mi litera, un interno insistió que me juntara a un juego de cartas para ‘animarme’. El juego duró apenas tres manos. Entonces se volvió una exigencia de sexo. Eran hechas amenazas que señalaban el ejemplo del compañero de celda con el rostro golpeado.

“Haciendo entenderse, cuatro otros internos me golpearon en las costillas con palos de escoba y de fregona. Intenté pedir ayuda. Varias veces me quitaron el aliento. Enroscado en el suelo, mis brazos protegían mi cabeza. Recordaciones oscuras me hacen acordar que fui llevado a una litera oscurecida por sábanas del ejército en el extremo de la celda del gabinete de carceleros. Un hombre me dijo, ‘Ahora tienes que darme cabeza’. Nunca había escuchado el término antes. Lo más asustador era que no tenía ni la menor idea de lo que iba a pasar hasta que ya había sucedido. Que bien que sólo había seis tipos. Seis es sólo lo mejor de mi recuerdo. Podrían haber sido muchos más. No me acuerdo de sus rostros, excepto de unos dos. Yo ni siquiera vi la mayor parte de sus rostros.

“Había una supervisión casi cero en aquella celda. Ningún guardia tenía línea de visión para aquella celda. El gabinete de los guardias quedaba en el extremo de un corredor en la ala de las celdas y su televisión estaba prendida durante 24 horas los siete días de la semana”

Desde la cárcel, Martin se alistó en las fuerzas armadas y se fue a Vietnam como parte de un acuerdo para evitar más tiempo tras rejas. Allá, él empezó a tomar mucho y a usar drogas, un padrón que él mantuvo cuando regresó a los Estados Unidos. Él sufría de problemas emocionales y arruinó tres matrimonios. Ahora, él es un activista por la justicia social en San Francisco y trabaja en una oficina de abogacía durante el día y se las arregla viviendo en un bloque de departamentos de baja renta por la noche.

“Ha pasado mucho tiempo y no tengo más pesadillas sobre eso, pero aún puedo sentir el pánico y tiendo a no confiar en las personas”, le dijo Martin a la Crónica de la Guerra Contra las Drogas. “Sospecho de segundas intenciones cuando la gente se porta bien. No logro crear relaciones interpersonales concretas. No soy un caso perdido, pero es algo que siempre está ahí”, dijo.

Aunque Martin confidenciara su estupro a sus amigos, él no habló de eso en público hasta que se vio en la situación de intentar explicar su ingreso al Ejército durante la Guerra de Vietnam a un reportero del San Francisco Chronicle que lo entrevistaba sobre su activismo al relente. “Una de las personas de la Stop Prisoner Rape leyó eso y me contactó y, poco tiempo después, me volví un defensor sobreviviente”, se rió. “Se intenta crear algo bueno a partir de una experiencia negativa. Esto está pasando todos los días y estoy haciendo cualquier cosa que pueda para impedir que eso le suceda al prójimo”.

Como habitante de San Francisco, Martin ahora es portador de un carné de usuario de marihuana medicinal. “Sabía cuando llegué aquí que había estado esperando mi vida entera por un lugar como éste”, dijo. “No era un criminal cuando estaba fumando hachís en secundaria y no soy un criminal ahora. Pero, por la guerra a las drogas, me quitaron mis derechos humanos más básicos y fui sometido a una agresión brutal que me dejó con problemas que duraron años”.

El neoyorquino Michael Piper no fue violado, pero fue violentamente atacado mientras evitaba una tentativa fracasada en la cárcel en Tempe, Arizona, en 1974, después que él fue arrestado por tenencia de restos. El ataque lo dejó con lesiones serias en la cabeza y un compromiso con el cambio. “Mi vida ha sido un desafío en muchos sentidos y ese ataque fue parte de experimentar la vida por lo que ella es”, le dijo a la Crónica. “Pronunciarme es parte de mi motivación. Pero a mí no me gusta el papel de la víctima; no lo interpreto”, dijo. “Ese ataque aumentó mi resiliencia”.

Ello también endureció su conducta respecto de la guerra a las drogas. “El consumo de drogas es una opción personal”, dijo, ensalzando las virtudes de varias plantas. “Cuando reconocemos que no somos las víctimas de las drogas y que ellas no son algo de que debamos ser protegidos, entonces podemos alterar nuestro ambiente y responsabilizarnos por la manera que vivimos. Es una violación de la ley natural cuando un gobierno dice que no puedo interactuar con una semilla que es una dádiva del Creador”.

Marilyn Shirley fue enviada a la prisión federal en 1998 por acusaciones relacionadas con la metanfetamina después que un cliente del taller de autos suyo y de su marido intentó pagar su cuenta con la droga. Ella fue estuprada por un agente penal. En una vuelta rara, ella pudo verlo preso después de mantener escondidos durante varios meses el pantalón que estaba usando.

“No le conté a nadie en la prisión, excepto a mi jefa de soldadura y le juré guardar el secreto”, le dijo Shirley a la Crónica. “Sentía que no podía confiar en ninguno de ellos. Pero, cinco minutos después que me libertaron, me fui a pie a la administración de la prisión y dije ‘¿Estoy libre?’ y la señora me dijo ‘sí’ y le entregué el pantalón con su DNA en ello. Ellos llamaron al FBI inmediatamente y ahora él mismo está cumpliendo 12 años”.

Aun con su atormentador tras rejas, no es fácil para Shirley. “Tengo ataques graves de pánico, tengo que consultar a dos psiquiatras, tomo cinco tipos distintos de medicación”, dijo.

En cuanto a Martin y Piper, la experiencia de Shirley la ha llevado a pronunciarse. “No se puede mantener eso reprimido dentro de sí; te mata”, dijo. “Fui a público porque sentía que podría dar confianza a otras personas si así lo hiciera. Algo tiene que cambiar. Es tan fácil terminar en la prisión; hoy día, no es necesario casi nada. Puede ser tu esposa, tus hijos, tu madre”.

“Escuchamos relatos como estos de sobrevivientes de todo el país diariamente”, dijo Lovisa Stannow, codirectora ejecutiva de la Stop Prisoner Rape. “Es la crisis de los derechos humanos más diseminada y negada en el país y es alarmante en muchos niveles”, le dijo ella a la Crónica. “El estupro en la prisión es una forma de tortura, una violación de los derechos humanos. Nadie debería tener que pasar por eso como parte de su sentencia. También se sabe muy bien que los presos que son abusados sexualmente sufren de ese trauma durante años o décadas. Siempre conversamos con personas que, años después, aún no logran funcionar”.

“Ellos padecen de Estrés Postraumático”, dijo el Dr. Kupers. “Hay un término no oficial que usamos, síndrome de respuesta al estupro. Los efectos del estupro o del abuso sexual pueden durar la vida entera, son muy serios y causan mucho pesar. Como en la Guerra de Vietnam, hay mucha bebida y fumo de marihuana, y no sabemos cuánto de ello es automedicación. Hay muchas personas afectadas que no lo perciben”, dijo.

Es peor en la prisión, dijo. “Una de las cosas que lo agrava tanto para los prisioneros es el cautiverio. Si eres estuprado, intentas hacer cosas para que estés seguro, te alejas o te mudas de casa, pero cuando estás en la prisión no se puede hacer eso. Peor aún, eres mantenido en cautiverio sexual, en el que te vuelves la mujer o gamberro de otro preso, un infierno repetitivo de abuso sexual”.

“Escogimos destacar el papel de la guerra a las drogas en esto porque sentimos que el vínculo no había sido hecho”, dijo Stannow de la Stop Prisoner Rape. “En virtud de la guerra contra las drogas, hemos presenciado una tremenda hinchazón de la población de las prisiones, con medio millón preso por acusaciones de delitos de drogas y cientos de miles más por infracciones relacionadas con las drogas. Las prisiones están superpobladas y eso crea las condiciones para la violencia sexual. Y muchos infractores no violentos de la legislación antidroga entran en el perfil de los internos objetivados para la violencia sexual – jóvenes, no violentos, inexperientes cuando se trata de la vida en la prisión – y corren mucho peligro”.

Eso no tiene que ser así. Los cambios pueden y deberían ser hechos tanto en las políticas institucionales dentro de las prisiones como en el abordaje de los EE.UU. a las políticas de drogas en general, dijo Stannow.

“En gran parte, la violencia sexual en la prisión es un problema administrativo. En una prisión bien administrada, no hay violencia sexual desenfrenada”, señaló. “Una cosa que necesita ser hecha inmediatamente es asegurarse de que nuestras prisiones y cárceles sean seguras, para que los internos no sean agredidos. Los funcionarios correccionales pueden hacer esto con la clasificación y el abrigo adecuados y tomando medidas inmediatas cuando alguien haya sido agredido. Ellos pueden asegurar también que los internos que hayan sufrido abusos reciban asesoramiento y acceso al tratamiento médico. Hay mucha cosa que puede ser hecha a escala institucional”, dijo.

Cambiar las políticas dentro de las prisiones es crítico, debatió Stannow. “Recibimos cientos de cartas por año de sobrevivientes y una en cuatro viene de Tejas”, dijo. “Por el otro lado, como la Cárcel de la Comarca de San Francisco, tenemos políticas muy buenas en vigor para tratar del estupro de presos y de la violencia sexual. Hay vastas diferencias entre las prisiones y los sistemas penales por todo el país y estamos preocupados con los estados en que recibimos un número muy grande de denuncias”, dijo.

“Pero, también necesitamos reducir el índice de encarcelación para las personas condenadas por infracciones no violentas de la legislación antidroga”, prosiguió Stannow. “Necesitamos tomar los programas de tratamiento y encaminamiento en serio y no mandar todos automáticamente a la prisión”.

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