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Reseña de la Crónica: "The Cult of Pharmacology: How America Became the World's Most Troubled Drug Culture”, de Richard De Grandpre (2007, Duke University Press, 294 págs., $24.95, edición en tapas duras)

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Phillip S. Smith, Escritor/Editor

Phil Smith
La Ritalina es un estimulante popular utilizado para controlar el comportamiento de niños hiperactivos. Es legal, prescrita por todas partes y muy adorada por muchos padres y educadores. La cocaína es un estimulante ilegal, duramente penalizada y es muy vilipendiada por los guardianes del bien común. Con todo, la Ritalina y la cocaína actúan sobre el cerebro de manera muy parecida. En experimentos de laboratorio, los objetos – humanos y animales – no distinguen entre las dos. Entonces, ¿por qué una es legal y reconocida y la otra ilegal y prohibida?

En otros experimentos de laboratorio, los usuarios de heroína informados falsamente que sus dosis estaban siendo reducidas se quejaron de síntomas de abstinencia. A la inversa, los usuarios de heroína informados que sus dosis estaban siendo mantenidas cuando, en realidad, estaban siendo reducidas no mostraron ningún síntoma de abstinencia. ¿Qué pasa?

En "The Cult of Pharmacology", el investigador de drogas, ex miembro del Instituto Nacional de Abuso Químico y autor de "Ritalin Nation", Richard De Grandpre intenta seriamente contestar esas preguntas. En una lectura fascinante y provocante, De Grandpre proporciona una historial social que esclarece el consumo de drogas en los Estados Unidos, una ventana reveladora para el sector legal de las drogas y una crítica szasziana dura del modelo patológico cada vez más popular de la adicción.

Con los políticos estadounidenses listos para hacer del modelo patológico de la adicción un dogma oficial por decreto congresal – el proyecto del senador Joe Biden (D-DE) que definiría la adicción como enfermedad cerebral está tramitando en el Capitolio -, la intervención de De Grandpre en un debate interminable sobre las drogas en los Estados Unidos no podía ser más oportuna. Biden, junto con gran parte de la comunidad de la investigación biofarmacológica y el público estadounidense en general son lo que De Grandpree llamaría víctimas del “culto de la farmacología”.

¿Qué es eso? Aunque en tiempos remotos, las acciones de las drogas fueran consideradas la obra de espíritus o demonios, hemos avanzado más allá de dicha tontería a través de la ciencia, ¿no es cierto? Sabemos que las drogas psicoactivas afectan el cerebro de ciertas maneras, ¿no es cierto? Bueno, tal vez no. En las propias palabras de De Grandpre:

“Como ideología de las drogas derivada de la eterna idea de que los compuestos psicoactivos contienen un espíritu o esencia única, el culto de la farmacología legitimaba la creencia de que estos espíritus circunvalaban todo el condicionamiento social de la mente y transformaban por ellos mismos el pensamiento y la acción humanos. Diferentemente de otros modos mundanos de influencia sobre la mente y la experiencia humana y a pesar de muchos avances en las ciencias farmacológicas en el siglo veinte, por lo general, las sustancias psicoactivas siguen siendo tratadas como espíritus que pueden entrar en el cuerpo y tomar posesión de él. Sí, el alma fue transformada en mente y espíritu, después en bioquímica, dado que la aparición de la ciencia y la medicina había acabado con los mitos que rodeaban lo que había llegado a ser llamado ‘drogas’. Las drogas no fueron desmitificadas, sin embargo, sino remitificadas más bien. El psicoparloteo y el bioparloteo reemplazaron las explicaciones mágicas de la acción de las drogas, creando lo que se había vuelto hacia fines del nuevo siglo un nuevo farmacologismo molecular”.

Como De Grandpre ilustra con los experimentos con la heroína, entre muchos otros, ni la gente ni los animales de laboratorio respondieron necesariamente a las drogas de la manera predecible esperada por el modelo patológico. Uno de los experimentos más impresionantes y conocidos con animales de laboratorio dio a monos acceso libre a la cocaína, que algunos consumieron hasta que se mataron. Pero un seguimiento mucho menos conocido y comentado descubrió que cuando los animales recibían una segunda oportunidad de seleccionar otro estímulo – agua con azúcar -, su consumo de cocaína caía enormemente.

No puedo dejar de pensar en la oleada actual de consumo de metanfetamina y sus consecuencias destructivas en este contexto. Como señala De Grandpre, los estadounidenses engulleron billones de pastillas de anfetaminas desde los años 1940, pasando por los años 1970 (cuando fueron restringidas, apenas para ser reemplazadas unos cuantos años después por la Ritalina), sin que las consecuencias horribles que parecen suceder entre los anfetaminómanos actualmente. No son las drogas que han cambiado – las anfetaminas son anfetaminas y la metanfetamina es una anfetamina -, sino el contexto social y lo que De Grandpre llama el “texto placebo” – el conjunto de creencias que se tiene sobre cómo la droga debería afectarte.

Como ratones de laboratorio en un ambiente esterilizado sin ningún estímulo salvo la cocaína, los anfetaminómanos de hoy, y hablo del estereotipo de los usuarios del Oeste y Medio Oeste blancos, pobres y del campo (quienes, como natural de Dakota del Sur, conozco muy bien), pueden estar tan flipados no en razón de las propiedades farmacológicas de la droga demonio metanfetamina, sino en virtud del ambiente social estéril y de las perspectivas nada prometedoras... y porque es así que el texto placebo de la metanfetamina les manda responder a la droga.

Mi madre y millones de mujeres como ella, por el otro lado, tomaron metanfetaminas en los años 1960 como píldora dietética – no droga lúdica – y respondieron de manera muy diferente. Sí, ella limpiaba la casa como loca y se ponía sacamuelas, pero no se volvió “adicta” a la droga ni tomó parte en el tipo de comportamientos patológicos asociados con los anfetaminómanos. En cambio, ella paró de usarlas porque no le gustaba quedarse despierta durante la noche.

Tal vez, como reconoce De Grandpre, no es sólo el conjunto y el entorno que hacen la diferencia. Aunque no discuta directamente la farmacodinámica de la metanfetamina, en su discusión de la Ritalina y la cocaína, él señala estudios que sugieren que la manera de ingestión de la droga (oral, digamos, versus inyectada o fumada) puede afectar la experiencia del consumidor de drogas. Mi madre no se estaba ni inyectando ni fumando anfetamina, estaba tomando pastillitas amarillas.

¿El contexto placebo fue lo que apartó a mi madre de la adicción a la anfetamina? ¿Fue el hecho de tragarse pastillas en vez de inyectarse polvos? ¿O de tomar pequeñas en vez de grandes dosis? No lo sabemos. Lo que De Grandpre argumenta convincentemente es que sí sabemos (o deberíamos saber) que no es algo determinantemente inherente a la molécula de la metanfetamina que hizo que ella (y millones de otras mujeres ligeramente con exceso de peso en los años 1960 y 1970) desistiera, pero convirtió a la gente blanca, pobre y del campo en anfetaminómanos en los años 1990 y 2000.

Mi madre tuvo suerte. Su consumo de drogas era sancionado. Si hubiera estado tomando las mismas drogas ilegalmente, podría haber sido presa. Como observa De Grandpre, por eso el siglo pasado presenció la bifurcación en el trato de las drogas: Algunas drogas – notablemente, la heroína, la cocaína y la marihuana – son “drogas demonio”, llenas de malicia farmacéutica, listas para esclavizar al usuario incauto, mientras que otras, a saber, los fármacos recetados, son “drogas ángel”, presentes aquí para salvarnos de los problemas diarios con su magia molecular.

Tenemos que agradecer a la Asociación Estadounidense de Medicina y el sector farmacéutico por eso, de acuerdo con De Grandpre. En vez de ser rivales por la parte del mercado, como sucedió en la era de los remedios patentados antes de la Ley de Alimentos y Drogas de 1906 [Food and Drug Act of 1906], los dos grupos decidieron repartir el botín. Las empresas farmacéuticas desarrollarían y venderían las drogas psicoactivas y los médicos las sancionarían y prescribirían como “medicamentos éticos” a diferencia de las drogas peligrosas.

Este proceso histórico hizo surgir la “prohibición diferencial” o la demonización de algunas drogas y la santificación de otras – aunque sean esencialmente lo mismo, como la Ritalina y la cocaína – y también las dos caras de un estado autoritario: el estado terapéutico que clasifica el consumo de drogas en cuanto enfermedad y quiere tratarlo, frecuentemente con otras drogas, y el estado prohibicionista que ve en el consumo de drogas algo inmoral y desea castigarlo.

Hay mucho, mucho más en "The Cult of Pharmacology". Aun como veterano marchito de la escena de las drogas, hay mucha cosa que desafía mis creencias y prejuicios sobre las drogas y sus interacciones con los humanos. Las tesis de De Grandpre pueden ser polémicas y aun impopulares en esta época, cuando gran parte del discurso político principal parece consistir en pedir tratamiento en lugar de la prisión y trato de los “adictos” a las drogas en cuanto víctimas en lugar de malandrines. Pero, definitivamente, él debería ser leído por cualquiera preocupado por las políticas de drogas en los Estados Unidos y por la causa de haber perdido el rumbo tan terriblemente.

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