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Reseña de la Crónica: "Shroom: A Cultural History of the Magic Mushroom" de Andy Letcher (2007, Ecco/HarperCollins Publishers, 360 pp., $25.95, edición en tapas duras)

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Phillip S. Smith, Escritor/Editor, Crónica de la Guerra Contra las Drogas

El historiador británico (e integrante de una banda psicodélica de folk) Andy Letcher ha producido una historia revisionista encantadoramente escrita y cuidadosamente investigada de los hongos psicodélicos. Aunque sus hallazgos puedan decepcionar a la mayoría de los espiritualistas comprometidos con los hongos, la jornada es un placer revelador para cualquiera que tenga interés en los asuntos psicodélicos.

A mediados del siglo pasado, gracias a aventureros psicodélicos intrépidos como el banquero convertido en místico, Gordon Wasson, el antropólogo convertido en chamán, Michael Harner, y el micopromotor Terence McKenna, una mitología maravillosa y poderosa ha crecido alrededor del hongo fantástico.

Es más o menos así: A través del uso sagrado de los hongos mágicos, los chamanes de Siberia a México pudieron tener visiones, curar a los enfermos y conversar con los dioses. El propio Santa Klaus, con su apariencia gnómica e indumentaria roja y blanca, es una representación simbólica del hongo amanita muscaria o matamoscas. El hongo era el misterio en los misterios eleusinos de la Grecia Antigua, era el soma del Riga Veda, era – no el pan y el vino – lo que Jesús comió en la última cena. Los druidas lo usaron en Stonehenge. El hongo mágico es la base de la religión y prueba de su culto oculto puede ser encontrada en todo, de las puertas en las iglesias católicas medievales a las pinturas antiguas en piedra en el desierto africano.

Hay más: La verdad es que los hongos son una “conciencia maquinal” que representa una dimensión distinta... o algo así. Me confundo un poco con los arcanos más sutiles de la micomitología.

Letcher, como historiador que es, trata de esas afirmaciones una por una, las examina, y, desdichadamente para los micocultistas, descubre que les falta sustancia histórica. “No hay un único ejemplo de un hongo mágico preservado en los registros arqueológicos en ninguna parte”, escribe. “Realmente no sabemos, de una u otra manera, si los antiguos veneraban las esporas sagradas de Dios. Si lo hicieron, no han dejado una única prueba de haberlo hecho”.

Hay pocas pruebas aun de hongos sacramentales y chamánicos, excepto por las tribus aisladas en Siberia, y, aun allá, las pruebas sugieren que los hongos servían tanto para festejar como para ser adorados. También en México, donde muchos saben que Gordon Wasson conoció a la famosa curandera (chamán) mazateca María Sabina y comió la “carne de los dioses” en 1956. Como observa Letcher, María Sabina no era la sacerdotisa primitiva del mito, pero mítica devino, especialmente después que Wasson hizo pasar la iniciación de la edad psicodélica con la publicación de un artículo suyo en la revista Life sobre sus experiencias.

Seguramente fue un cambio sísmico en las posturas occidentales respecto del hongo mágico. Hasta mediados del siglo XX, la intoxicación con hongos era rara, casi siempre accidental y casi siempre considerada envenenamiento. ¡Oye, cómo han cambiado las cosas! Aunque el interés en los hongos psicodélicos, particularmente los psilocibes, haya cedido lugar al LSD en los 1960 colocados, los hongos relativamente más suaves han seguido populares entre el grupo psicodélico desde entonces.

Pese a que sean ilegales en los EE.UU., por aquí los aficionados pueden comprar legalmente equipos de esporas “a prueba de idiotas” (que no contienen psilocibina, el ingrediente recetado) y los propios hongos siguen confusamente legales en algunos países europeos. Inglaterra prohibió la venta y la tenencia de hongos en 2005, como Japón, pero hay pocas pruebas de que los polis estén cazando a los recolectores de hongos.

Con todo, aunque parezca que el hongo mágico está aquí para quedarse, decididamente es un gusto adquirido. La mayoría de las personas que lo prueba los prueba una sola vez o dos; sólo un puñado relativo se vuelve consumidor serio de hongos. Y aunque Letcher intente resolutamente no meterse con la política, la relativa raridad del consumo de hongos y la falta de daños demostrados lo llevan a criticar la prohibición británica como “severa y motivada más por las preocupaciones políticas que por cualquier evaluación sensible de las pruebas”. De hecho, escribe Letcher, “la prohibición puede probar ser un paso retrógrado en cuanto a la reducción de daños”, ya que usuarios desventurados recolectan los hongos equivocados, compran substitutos o son afligidos por un sistema de justicia penal más nocivo que los propios hongos.

Shrooms es una historia cultural que vale la pena leer, riguroso en su análisis, incisivo en su reportaje y cautivante con sus descripciones de la realidad hongolizada. Me hace querer salir y pedir uno de aquellos equipos “a prueba de idiotas”.

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