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Reseña de la Crónica: "Cop in the Hood: My Year Policing Baltimore's Eastern District", de Peter Moskos (2008, Princeton University Press, 245 págs., US$ 24.95, edición en tapas duras)

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Inmortalizado por “The Wire” [Bajo escucha], la serie de éxito de HBO, el Distrito Oriental de Baltimore es un barrio de mala muerte en una de las ciudades más duras de EE.UU. Con unos 45.000 habitantes, casi totalmente negro, genera 20.000 arrestos al año, en su gran mayoría relacionados con las drogas. Es un barrio duro, bajo con pobreza generalizada, mercados de drogas al aire libre, un fuerte vicio en heroína (o “hair-on” en la jerga del Distrito Oriental) y todos los problemas esperados que acompañan esos males.

Durante poco más de un año, el Distrito Oriental fue la ronda de Peter Moskos. El sociólogo educado en Harvard (ahora en la cuerpo docente de la Facultad John Jay de Justicia Penal de la Universidad de la Ciudad de Nueva York) e interesado por la socialización de la policía entró en la Policía de Baltimore para volverse un “observador participante” de la sociología de la vigilancia policíaca en esa comisaría, lo que le permitió alcanzar un grado de intimidad con sus colegas oficiales raramente logrado por académicos foráneos.

Para Moskos y sus lectores, su estancia en las calles rudas ha valido bastante la pena. Moskos hizo un trato para escribir un libro (y, se supone, una disertación) a partir de sus experiencias y a nosotros, los lectores, nos da un gusto. El Moskos de uniforme – él trabajó exclusivamente como policía de ronda – pudo ganar la confianza y el compañerismo de sus colegas, y, al hacerlo, logró echar luz sobre qué es ser policía en la lucha contra la droga.

Me imagino que la mayoría de los lectores de la Crónica de la Guerra Contra las Drogas - salvo los integrantes de LEAP - tiene pocos conocimientos sobre, o empatía para con, los policías. A fin de cuentas, están en la primera línea de la lucha contra la droga. Además, como informa Moskos con base en largas notas, los traficantes y usuarios de drogas del Distrito Oriental son cogidas relativamente fáciles para los policías que busquen generar estadísticas sobre arrestos.

“En las áreas con alta presencia de drogas, no hay escasez de infractores de la legislación antidroga para arrestar”, escribe. “La decisión de arrestar o no arrestar se convierte más en una cuestión de opción personal y discreción del policía que de cualquier respuesta formalizada de la policía hacia la criminalidad o la seguridad pública”.

La policía no solamente arresta rutinariamente a residentes sospechosos del Distrito Oriental – por merodear, aunque no sea más que eso -, los menosprecia y desprecia sus vicios en drogas casi universalmente. Moskos brilla de veras al hacer que sus camaradas hablen abierta y honestamente sobre sus conductas y, en ese sentido, "Cop in the Hood" es tan revelador como perturbador a veces. Dichas conductas pueden ser deplorables, pero también son comprensibles. Cuando todo lo que se ve es lo peor de la humanidad, es fácil alienarse. Como dijo un policía: “No se reciben llamadas de emergencia para decir cómo las cosas están bien”.

Pero no todos los policías de ronda ansían por arrestar a infractores de la legislación antidroga. Como detalla Moskos, los policías se frustran con la puerta giratoria que hace que los infractores de la legislación antidroga detenidos en la cárcel comarcal sean escupidos pocas horas después o que reduzcan los cargos por narcotráfico a simple tenencia porque las prisiones están llenas y los fiscales agotados. (Moskos observa que la lucha contra la droga pararía de golpe si los infractores de la legislación antidroga exigieran juicios con jurado uniformemente. ¡He ahí un motivo para sindicalizar a los usuarios de drogas!)

Los policías no quieren ser asistentes sociales, informa Moskos, y a ellos no les interesan las raíces del consumo de drogas y los males sociales esperados. Sí tienen interés por hacer su trabajo con el mínimo rollo (de la calle o de sus superiores), regresar a casa con seguridad cada noche y jubilarse con una buena pensión. Eso quiere decir que, para muchos policías, las altas cifras de arrestos por delitos de drogas a principios de sus carreras van a disminuir cuando se enfrenten a una combinación de una sensación de futilidad, horas extras y papeleo. Como dijo un oficial:

Uno sale con la impresión de que se puede causar impacto. Luego te frustras: un traficante pillado con menos de 25 papelinas será considerado consumo personal… O vas al juicio y le creen a él y a ti no. ¡Eres policía y dices que viste algo!... Después que eso te pasa, ya no te importa. Es tu trabajo llevarlo allá [al tribunal]. Pase lo que pase después, es problema suyo. No se puede tomar este trabajo a pecho. Las drogas aquí estaban antes de ti y van a estar aquí mucho tiempo después que te hayas ido. No vayas a pensar que puedes cambiarlo. No quiero que salgas de aquí creyendo que todos los que viven en este barrio son mala gente, que consumen drogas. Muchos policías empiezan a pegarles a las personas por pensar que se lo merecen.

Aunque Moskos absolutamente no endulce ni el comportamiento ni la conducta de sus colegas de trabajo, sin lugar a dudas su reportaje les ayuda a los lectores a llegar a comprender un poco cómo se pusieron de ese modo. "Cop in the Hood" también es útil para comprender la trituradora burocrática a que los policías hacen frente en las grandes comisarías urbanas, donde quedan atrapados entre presiones desde arriba por más arrestos, del Consejo de Policía para que sigan las reglas, de los barrios para que limpien a la chusma y de los mismos barrios para que respeten los derechos civiles de los vecinos.

Moskos agrega la ventaja de no escribir como académico. "Cop in the Hood" es atractivo, aun fascinante, y se explica con franqueza. Sí, Moskos cita la teoría de la vigilancia policíaca, pero lo hace de modo que la convierte en algo provocativo, no desagradable.

También incluye un capítulo bien investigado y escrito sobre los males de la prohibición – lleva como subtítulo “La venganza de Al Capone” -, pero, en este caso, ello casi no es necesario. Como un buen estudiante que le hace caso a su profesor de redacción, Moskos nos ha mostrado y la verdad es que no hay necesidad de contarnos. Empero, es un capítulo de peso.

Moskos escribe sobre su experiencia como policía de ronda. Es un animal distinto del grupo en gran parte autoelegido de policías vaqueros que terminan en las brigadas antidrogas y equipos SWAT. Me simpatizan menos, pero ése es otro libro, no éste.

La gente interesada en el quid de la imposición callejera de la legislación antidroga necesita leer este libro. Los estudiantes de justicia penal y cualquiera que esté pensando en convertirse en policía también necesitan leer esta obra. Y los políticos que aprueban leyes que la policía tiene que imponer (o no) también necesitan leer este libro, pese a que probablemente no vayan a hacerlo.

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