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Reseña de la Crónica: "On Speed: The Many Lives of Amphetamine", de Nicolas Rasmussen (2008, New York University Press, 352 págs., $29.95, edición en tapas duras)

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Phillip S. Smith, redactor/editor

Casi todos conocen la metanfetamina, esa droga demoníaca, ese equivalente farmacológico del plutonio, favorecida estereotípicamente por tipos blancos desdentados e incultos en campamentos para casas rodantes donde da vuelta el viento. Mucho menos personas tienen ciencia de la desoxina, bastante prescrita para tratar el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH). Y aún menos gente sabe que la desoxina no es nada más, nada menos que metanfetamina en remedio prescrita legalmente por los médicos por todo el país.

¿Cómo es posible que la misma sustancia sea tanto droga demoníaca como cura milagrosa? Nicolas Rasmussen, el historiador de la ciencia de la Universidad de Nueva Gales del Sur en Sídney, da algunas respuestas a esa pregunta – y muchas más – en “On Speed”. La verdad es que Rasmussen está interesado en la interacción entre el sector farmacéutico, la profesión médica y las fuerzas sociales generales en marcha en la cultura occidental y las anfetaminas sirven de vehículo fascinante, si no sorprendente, para sus meditaciones.

Como nos cuenta Rasmussen, la anfetamina fue testada por primera vez en un humano el 03 de junio de 1929, cuando el químico angelino Gordon Alles se inyectó su nuevo mejunje. Como dice la reproducción de Rasmussen de las notas de ensayo de Alles a principios del experimento: “Sentimiento de bienestar”. Después, informó “una noche bastante en blanco” en que su “mente parecía correr de un asunto al otro”. Con todo, Alles informó sentirse medianamente bien la mañana siguiente.

Las empresas farmacéuticas tenían un nuevo producto. Ahora, tenían que descubrir en qué emplearlo. Lo primero fue el inhalador de Bencedrina, comercializado para el alivio de la congestión nasal. Pero hacia los años 1940, los soldados consumían millones de pastillas de anfetamina en todos los lados de la II Guerra Mundial en cuanto instrumentos para realzar la energía y la moral. Dentro de unos cuantos años más, las anfetaminas estaban siendo prescritas en general para una colección de “enfermedades” en permanente crecimiento, incluso obesidad y depresión neurótica. Hacia fines de los años 1960, unos 5 millones de estadounidenses engullían anfetaminas bajo la supervisión de un médico y otros 2 ó 3 millones las consumían como “pastillas de emoción” fuera de los límites de la práctica médica.

Aunque Rasmussen proporcione muchos detalles sobre las estrategias publicitarias de varias empresas farmacéuticas, las necesidades de los médicos de tratar con pacientes que se quejaban de baja depresión, malestar, falta de energía y obesidad y el clamor cada vez más alto de los estadounidenses por pastillas que los harían sentir más energéticos, gregarios y productivos - ¡ah, qué deseos tan típicamente estadounidenses! -, lo más fascinante para los estudiantes de las políticas de drogas estadounidenses es la manera por la cual su narrativa pone la culpa de la creación de los ulteriores problemas de consumo abusivo de anfetamina rotundamente a los pies de fabricantes de pastillas ávidos de mercados, médicos pasadores de pastillas y, por supuesto, los militares estadounidenses, que expusieron a millones de soldados a los placeres – y a los peligros – de la anfetamina. Pero, en determinado momento, argumenta, el “empuje” de las empresas farmacéuticas y los médicos fue complementado por un “tirón” de los consumidores que desarrollaron un gusto por la droga y sus efectos estimulantes.

Como observa Rasmussen, casi inmediatamente surgió una subcultura de la anfetamina a la caza de emociones, empezando con los estudiantes de la Universidad de Minnesota en los años 1930 que recibieron inhaladores de Bencedrina en ensayos clínicos, decidieron que les gustó y los llevaron a sus casas para festejar y estudiar con ellos. Hacia fines de los años 1940, algunos de esos millones de soldados expuestos a las anfetaminas durante la guerra habían seguido consumiéndolas y llamaban la atención de la población en general a ellas. Hacia los años 1950, escritores beat como Jack Kerouac y William Burroughs la consagraban en una contracultura naciente y hacia los años 1960, al paso que la producción legal del fármaco en cuestión alcanzó alturas plusmarquistas, se identificó el consumo abusivo de anfetaminas como problema grave, no solamente por médicos, investigadores, policías y políticos dedicados al miedo, sino también por la misma contracultura.

A principios de los años 1970, el gobierno federal de EE.UU. intervino, reduciendo bastante la oferta de anfetaminas y – ¡voilà! – desplegó el sector ilícito de la anfetamina. Como expresa Rasmussen: “Naturalmente, una vez que se redujo bruscamente la demanda interior de anfetamina farmacéutica por medida federal después de 1971, la demanda de anfetamina casera creció, rebajando la calidad y fortaleciendo la posición de las pandillas de motociclistas. Ilegalizar una droga popular sin reducir la demanda solamente aguijoneó el desarrollo del crimen organizado para abastecer a los consumidores – con productos inferiores y a menudo peligrosos. Pasó lo mismo con el alcohol en la época de la Ley Seca”.

En otras palabras, ahí están los progenitores de los preparadores de laboratorios de metanfetamina de hoy, gracias a providencias prohibicionistas. Y pese a que no me acuerde de Rasmussen aludiendo a ello, las restricciones sobre la producción legal de anfetamina sucedieron poco tiempo después del resurgimiento de la cocaína en cuanto droga lúdica popular a fines de los años 1970 y 1980. Irónicamente, la trayectoria de la anfetamina de cura milagrosa a droga demoníaca espejó el recorrido anterior, pero parecido de la cocaína. Para algunos, las anfetaminas habían reemplazado la cocaína; ahora, quizá, la cocaína reemplazaba la anfetamina.

En estos días, la metanfetamina es una droga demoníaca, pero sus familiares íntimos en la familia de la anfetamina, los estimulantes de tipo anfetamínico que difieren de la metanfetamina apenas por la adición y sustracción de un o dos átomos de la molécula anfetamínica básica, vuelven a ser salvajemente populares en los consultorios médicos y en la calle. Los aproximadamente 2.5 mil millones de pastillas de estimulantes de tipo anfetamínico, como Ritalina (para TDA o TDAH), Preludin (fenmetracina, para la obesidad) y Redux (lo mismo), ahora prescritos anualmente son la misma cantidad de anfetamina producida medicinalmente en el apogeo de la “epidemia anfetamínica” de los años 1960. Diez millones de estadounidenses se están tragando anfetamina mientras usted lee estas palabras, más que los que hicieron lo mismo en el auge de la “epidemia”.

Con el consumo generalizado de estimulantes del tipo anfetamínico, podemos esperar un aumento en los efectos colaterales infelices, predice Rasmussen, que van de la dependencia a la psicosis anfetamínica, así como el desarrollo ulterior de un mercado para “tranquilizantes”. En el pasado, la heroína y los barbitúricos interpretaron ese papel; ahora, indica, los analgésicos recetados llenarán la necesidad.

Lo necesario no es solamente más represión para lidiar con el tráfico ilegal de metanfetamina, sino medidas de reducción de daños para los consumidores de anfetamina y medios para reducir la demanda, concluye Rasmussen. Y más fiscalización sobre el sector farmacéutico, inclusive restricciones más enérgicas sobre la comercialización y promoción y controles más estrictos sobre el rol de las empresas farmacéuticas en realizar investigaciones médicas para fines comerciales.

“On Speed” es un libro fascinante para los estudiantes de las políticas de drogas y el consumo de drogas en el contexto social, económico y político general del Occidente y de Estados Unidos en particular. Es muy útil para ayudar a uno a pensar con clareza y en líneas generales sobre como surgen patrones de consumo de drogas, los factores instituciones detrás de ellos y el modo por que reaccionamos a ellos. Y es un llamamiento a la reforma del sector farmacéutico estadounidense y una historia social embelesadora de la anfetamina.

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