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Editorial: Todos los demás están locos

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David Borden, director ejecutivo

David Borden
Hay un artículo que va a aparecer en la próxima New York Times Magazine este fin de semana, anticipado en línea, que sería gracioso – es decir, si no estuviera apareciendo en una de las publicaciones más influyentes del mundo y si no hubiera sido escrito por alguien que hasta hace poco ejerció bastante influencia en un área de las políticas que malinterpreta de modo tan deplorable. En "Is Afghanistan A Narco-State?" [¿Afganistán es un narcoestado?], Thomas Schweich, ex viceministro adjunto principal para la Agencia de Asuntos Internacionales de Estupefacientes y Represión Legal, arremete contra los afganos, los europeos, los demócratas, los medios – aun el Pentágono – por “impedir la implementación de un programa antidroga eficaz”.

Como indica Jacob Sullum en Reason, la respuesta a la pregunta hecha para saber si Afganistán es un narcoestado es “sí”. Pero lo que Schweich no pregunta es: ¿Por qué la adormidera tiene este poder de corromper a gobiernos, fortalecer a extremistas, colapsar la economía de un país entero? A fin de cuentas, se cultiva bastante adormidera legal alrededor del mundo para fines medicinales que no surte este efecto. La respuesta es: El cultivo de la adormidera de Afganistán es ilegal. Pero porque muchas personas aún quieren el opio y derivados como la heroína para sus consumos ilegales y están dispuestas a pagar un montón de dinero por ellos, hay otras personas dispuestas a correr el riesgo que tomar parte en actividades ilegales implica a fin de obtener los beneficios incrementados que la ilegalidad y el riesgo posibilitan. En otras palabras, es la prohibición de las drogas que ha convertido a Afganistán en un narcoestado.

Schweich señala que hay sitios en que el cultivo de la adormidera fue echado fuera antes – Guatemala, el vecino Sureste Asiático, Pakistán – y eso es lo que quiere ver en Afganistán. Pero otra pregunta obvia que no hace es: ¿Esto realmente redujo la oferta de opio y opiáceos? ¿O simplemente mudó el cultivo a otros países? (Pista: Se mudó a Afganistán - el país de que hablamos - justo al costado de Pakistán.)

La otra pregunta obvia es: ¿Por qué toda esta gente distinta – todas estas especies diferentes de personas – no apoyó la agenda de Schweich? Al fin, no podía haber ningún buen motivo para no apoyar la aspersión de grandes cantidades de químicos venenosos en el aire (para la erradicación); o no intentar suprimir una fracción enorme de la economía de Afganistán y de los ganapanes de cientos de miles de personas al mismísimo tiempo en que el Talibán quiere ganar su lealtad, podía?

Quizá sea porque estos militares afganos, europeos y estadounidenses no están locos. Quizá sea porque han escuchado de veras lo que los académicos tienen que decir sobre esto: que la erradicación no funciona, que conduce a los agricultores a las manos del Talibán, que la seguridad debe ser lo más importante, que no se puede simplemente mandar que cien mil personas en el quinto país más pobre del mundo desistan de su fuente principal de ingresos sin sustitución viable. ¿Será que pueden haber asumido las posturas que han asumido y tomado las decisiones que han tomado porque son inteligentes e informados y lógicos y prácticos?

Para los Schweichs del mundo, todos los demás están locos – o equivocados o corrompidos -, cualquiera menos él. Y no importa cuantas veces sus políticas no presenten los resultados deseados cuando apreciados de modo significativo, no pasa nada. Porque ése es un detalle que no se merece preguntas – seguramente no en un artículo escrito para el New York Times – y está ocupado luchando contra las drogas, lo que, por supuesto, tenemos que seguir haciendo de la manera que lo hemos hecho antes – porque – porque lo hacemos nomás. Por lo visto, pase lo que pase, por lo que respecta a los Schweichs del mundo.

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