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Editorial: Los políticos tienen demasiado miedo de hablar sobre la prohibición de las drogas, entonces nosotros debemos hacerlo

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David Borden, director ejecutivo

David Borden
Cada semana, como muchos de ustedes lo saben, nuestro editor Phil Smith compila un listado de los más recientes informes acerca de la corrupción policíaca relacionada con las leyes sobre las drogas: “Las historias de policías corruptos de esta semana”. Phil ha estado redactándolas durante más de cinco años – no lo dejo parar – y en todo ese tiempo puedo acordarme apenas de una única semana en que él no logró encontrar ningún artículo relevante. Lo que sea que uno piense de los policías, lo importante es que las leyes sobre las drogas corrompen a algunos de ellos y, con tanto que las tengamos, siempre lo harán.

Hacia el sur, un tribunal en Colombia trató con perpetradores de un incidente particularmente preocupante de corrupción en el gobierno en un rango que espero nunca ver por aquí. En mayo de 2006, falló un juez, un coronel del Ejército y 14 de sus efectivos masacraron a 10 agentes antidrogas colombianos, tendiéndoles una emboscada en las afueras de la ciudad de Cali mientras se preparaban para incautar 100 kilogramos de cocaína a los cuales habían sido señalados (correcta o equivocadamente) por un informante. Es posible que México haya hecho cosa peor ahora. En 2006 y 2007, aproximadamente 4.000 personas han sido asesinadas en la violencia del narcotráfico y policías están entre los muchos sospechosos. Aunque la corrupción policíaca y la violencia del narcotráfico seguramente hayan dejado su saldo en nuestro país aquí al norte, de ninguna manera debemos descartar la posibilidad de que las cosas pueden empeorar más aún.

Así, el gobierno estadounidense debería aprender una lección con la experiencia de Colombia, tanto para su bien como para el nuestro. Colombia está trabando una lucha contra la droga de la manera que lo hace, en parte porque ha sido forzada a ello por presión de la diplomacia estadounidense. En un número considerable, los entendidos en Colombia comprenden que es la prohibición que causa la violencia del narcotráfico y que Colombia estaría mejor con alguna forma de legalización de las drogas – Ese entendimiento puede no llegar a un consenso total, pero se lo sostiene de todos modos. Muchos legisladores estadounidenses también lo comprenden en privado, pero, tanto por razones políticas como ideológicas, no sólo se rehúsan a lidiar con ello, sino que, en muchos casos, siguen presionando activamente a otros países a ir fuera de camino.

La situación es injusta y debería ser cambiada. Colombia no merece ser destrozada por políticas de drogas defectuosas que no inventó y son nuestros consumidores por aquí quienes compran la mayor parte de su producto en todo caso y, por lo tanto, lo posibilitan. Hay opciones viables para reducir los daños de sustancias que no involucran la prohibición y que, de ese modo, no ocasionan la violencia del narcotráfico ni la corrupción ni meten a los adictos en el infierno que todos nosotros hemos visto y pueden funcionar de veras. Sólo porque hablamos en legalizar las drogas, eso no quiere decir que no vamos a ofrecer tratamiento, que el adicto no se organizará para obtener autoayuda, que no podremos intentar desalentar el consumo de drogas o realizar la reducción de daños para aquellos que no hacen caso. Es difícil saber cuál es exactamente el mejor sistema de regulación o conjunto de programas y todos los escenarios tienen sus pros y sus contras. Pero todos tienen en común que son preferibles a la prohibición para casi toda medida importante que uno pueda elaborar.

Las víctimas de las leyes sobre las drogas – en Colombia, en EE.UU., por todas partes – no merecen lo que les están haciendo. Ya que, en su mayoría, nuestros políticos tienen demasiado miedo de hablar de esto, luego nos toca a nosotros estar a razones. Poco a poco, el público va a escuchar nuestras ideas y, por fin, pasar a nuestro lado. Es apenas una cuestión desafortunada de saber cuantas vidas son arruinadas en el ínterin.

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