Reseña de la Crónica de la Guerra Contra las Drogas: "Drugs and Justice: Seeking a Consistent, Coherent, Comprehensive View", de Margaret Battin, et al. (2008, Oxford University Press, 279 págs., $21.95, edición en rústica)

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Phillip S. Smith, Redactor/Editor

Esta colaboración masticable e interdisciplinaria de un grupo de expertos académicos de la Universidad de Utah parece ser formidable a primera vista, pero resulta ser impresionantemente gratificante. En lo que llaman una busca de justicia cuando se trata de las drogas, los autores se profundizan en las cuestiones teóricas fundamentales en el cerne de los debates respecto de las drogas -- ¿Qué es adicción? ¿Qué es daño? – y la historia de cómo llegamos adonde estamos y cómo podemos dirigirnos hacia un futuro mejor. Su búsqueda de justicia en las políticas de drogas los lleva a algunos sitios muy interesantes y hace que el lector dé un paseo fascinante.

[inline:drugsandjustice.jpg align=right]Adoptando como punto de partida el principio aristotélico de que justicia quiere decir “los iguales son tratados de igual modo”, los autores insisten que si queremos desarrollar una política “consistente, coherente y abarcadora” hacia las drogas debemos empezar examinando la totalidad del universo de las drogas – los fármacos, medicamentos recetados, drogas ilegales, sustancias para mejorar el desempeño deportivo, drogas de “consumo común” (alcohol, cafeína y tabaco), drogas de consumo religioso (peyote, iboga, ayahuasca) y medicamentos alternativos y naturales.

Los autores argumentan que el hecho de que tratemos la cocaína de una manera, la Ritalina [metilfenidato] de otra y el suplemento herbal efedrina de otra más es un artefacto histórico, el resultado de procesos sociopolíticos complejos que tienen poco que ver con un abordaje racional al universo de sustancias que afectan la mente y/o el cuerpo. Los autores dan a entender que parte de nuestro problema es que la propia división de estas sustancias en las varias categorías listadas arriba crea enclaves o “silos” de conocimiento, uno para los medicamentos recetados, uno para las drogas ilegales y otro para las drogas de mostrador. Reglamentadas (en mayor o menor medida) por agencias diferentes y estudiadas por disciplinas académicas y profesionales divergentes y cada vez más especializadas, las distintas categorías de drogas se transforman en diferentes universos desconocidos para los que están fuera de la especialidad.

Dichos efectos pueden ocurrir aun con las categorías de drogas. Piense en los analgésicos opiáceos recetados y sus consumidores. Aunque los especialistas en la terapia del dolor y en la medicina de la adicción estudien tanto los opiáceos como sus efectos sobre sus consumidores, sus mismas especializaciones impelen uno a ver a un paciente que busca aliviar su dolor y el otro a un adicto que pide drogas.

A ver, ¿qué es adicción exactamente? Los autores aceptan el consenso de que la adicción sí existe de hecho, aun si demuestra ser un concepto extraordinariamente escurridizo. El campo de la terapia del dolor y de la medicina de la adicción tiene una definición (la Definición consensual de AAPM/APS/ASAM), la profesión psiquiátrica tiene otra (el diagnóstico del Manual diagnóstico y estadístico [DSM, por la sigla en inglés]) – y no están necesariamente de acuerdo. En un ejercicio intelectual fascinante, los autores comparan los casos de dos hombres, ambos profesionales y exitosos. Uno es un bebedor inveterado de café que para pensando en café, depende de ello para hacer su trabajo y sufre dolores de cabeza a causa del síndrome de abstinencia y mareo si no se consigue su dosis. El otro ha estado consumiendo cocaína todos los fines de semana durante los últimos dos años sin sufrir ningún malo efecto. Él tampoco ha hecho ningún daño considerable a los demás en razón de su consumo de drogas.

Según los conceptos de los terapeutas del dolor, nuestro amigo bebedor de café es un adicto; conforme a los conceptos del DSM, no lo es. En verdad, él ni siquiera cumple los requisitos para el diagnóstico menos serio de “toxicomanía”. Nuestro consumidor de cocaína de fines de semana, por otro lado, no se cuadra como adicto ni de acuerdo con la definición consensual ni el DSM, pese a que pueda cuadrarse como “toxicómano” menos grave.

Los conceptos profesionales de adicción más empleados en general no logran estar de acuerdo respecto de nuestro amigo bebedor de café, en tanto que sí concuerdan que el consumidor de cocaína no es adicto. Lo que es igualmente raro (o quizá no), las dos acepciones de adicción definen al bebedor de café como si tuviera el mismo problema grave que el consumidor de cocaína.

Pero el bebedor de café se hace cargo de sus negocios sin trabas, en tanto que el consumidor de cocaína se enfrenta a la perspectiva de arresto y encarcelación. En los dos casos, los usuarios de drogas no perjudican a los demás y apenas podría decirse que se hacen daño a sí mismos. Los autores escriben que esto indica que no tratamos a los iguales de igual modo.

Otro problema conceptual central con que lidian los autores es la noción de daño. A fin de cuentas, es la idea de prevenir el daño – a los consumidores de drogas o a los demás o a los dos – que motiva gran parte de las políticas de drogas. La justicia requiere la aplicación del Principio Milliano del Daño, el de que somos libres para hacer lo que escogemos sin daño a los demás, pero sacar a luz lo que constituye daño no es tan claro como puede parecer. Como ya se ha dicho, nuestros conceptos de daños se fundan con frecuencia en nuestras perspectivas “siladas” y en el ponerlos en el primer plano o el paño de fondo. Con las drogas ilícitas, los daños son puestos en el primer plano y cualquier beneficios queda escondido en las sombras. (Me recuerdo de las labores asustadoras de propaganda antidroga con sus listas de las consecuencias horribles y hediondas de consumir las sustancias en cuestión. Si es tan terrible, ¿por qué diantres alguien la consume? ) El mismo tipo de perspectiva divergente ocurre entre terapeutas del dolor y de la adicción, unos ven una pastilla de Oxycontin [oxicodona] y piensan en su valor como analgésico, el otro la mira y ve su potencial adictivo.

Por más que reconozcan los problemas que aún adhieren a dichas nociones fundamentales en políticas de drogas como adicción y daño, así como muchas otras complicaciones, los autores intentan proponer otros modelos más justos de políticas de drogas. Ellos construyen un continuo de políticas, con el “anarquismo de las drogas” de un lado y la “prohibición total de las drogas” del otro, pero ellos son sólo tipos ideales, extremos, es improbable que sean implementados un día. Ellos proponen que hay tres alternativas más plausibles a nuestro conjunto caótico (inconsistente, incoherente, no abarcador) de políticas de drogas: el abordaje autonomista; el del modelo médico; y el abordaje centralizado superregulador. Sin daño a los demás, uno dejaría las decisiones de consumo de drogas en las manos de adultos competentes, se los referiría a farmacéuticos y “entrenadores en materia de drogas” y nuestros actuales sistemas divergentes de regularización de las drogas serían reconstituidos en un único sistema regulado por una única entidad burocrática, muy parecida con el Ministerio de Seguridad Nacional para drogas.

“Las drogas y la justicia” puede parecer una excursión desalentadora a través de la teoría y la filosofía, pero los autores son muy buenos en hacer que las cosas bajen de las nubes. Ellos presentan numerosos estudios de caso para ilustrar los varios dilemas y disyuntivas a que hacen frente los que buscan políticas de drogas justas. Una cosa es pontificar sobre la filosofía del daño, otra bien diferente es explorar las cuestiones para saber si es justo o adecuado sujetar un consumidor productivo de heroína a un tribunal de delitos de drogas en que debe escoger entre su libertad y su droga de opción.

A lo largo de esta obra, los autores tienen cuidado para no tomar partido. Pero en la última página del texto, hacen algunas recomendaciones. La más significativa es ésta: “Debemos hacer cambios considerables, no sólo podas estéticas, en la manera por la cual tratamos las drogas – todas las drogas. Esto significa descartar muchas de las leyes vigentes y empezar de nuevo”.

Hay muchísima carne en estas páginas. Y para los que están bastante interesados en las políticas de drogas, definidas de manera general, es una delicia sabrosa. Este libro debería ser leído no solamente por todos esos especialistas en sus silos, sino por legisladores que buscan un camino mejor hacia delante. Lamentablemente, es más probable que sea leído sobre todo por estudiantes de posgrado.

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