Editorial: Ellos saben más sobre la guerra a las drogas que está dispuestos a admitir

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David Borden, director ejecutivo

[inline:borden12.jpg align=right caption="David Borden"]Hubo un momento notable, allá a principios de los años 1990, que ayudó a inspirarme a involucrarme de veras en la causa de la legalización. A principios de su breve permanencia como viceministra de Sanidad de los EE.UU., la Dr.ª Joycelyn Elders hizo una pregunta respecto de la legalización de las drogas en un evento público, contestando que, aunque no estuviera segura de las posibles ramificaciones de la legalización, creía que ella reduciría la criminalidad y que debería ser estudiada.

La reacción fue rápida y furiosa, y, (previsiblemente) negativa en gran parte. Después Elders lo describió como “el día en que llovió sobre mí”. Con todo, me pareció que la cuestión se había reavivado. Para mí, fue un poco surrealista ver a una integrante del gabinete presidencial decir algo así. Se estimuló el debate, aun si, en el nivel político, se aprendiera una lección adversa.

Otra cosa que Elders dijo después fue que más personas estuvieron de acuerdo con ella que estaban dispuestas a admitir en público. Senadores se le acercaban en aeropuertos, contaba ella, diciendo que tenía razón y que estaban de acuerdo, pero que políticamente no podían decirlo. Por lo menos un político la defendió con base en que era importante hablar de una cuestión en que nuestras políticas claramente no estaban teniendo éxito – John Tierney de Massachussets, si no me falla la memoria --, pese a que él mismo no asumiera una postura pro legalización. Pero Tierney estaba en la minoría rara. En gran parte, el establishment se abalanzó sobre Elders – lo que posiblemente incluía a personas que lo sabían de sobra y muchos que lo sabían de sobra ni siquiera se manifestaron.

Lamar Alexander, un republicano de Tennessee, hizo unos comentarios interesantes en el Senado esta semana. El asunto del debate era un proyecto de ley de lucha contra la deforestación ilegal, pero las drogas aparecieron por analogía. Ya he publicado los comentarios en nuestra bitácora, pero vale la pena repetírselos:

“El senador de Oregón [Ron Wyden (D)] planteó una cuestión que quizá sea el punto central aquí cuando comparó nuestros intentos de detener la deforestación ilegal con las tentativas de parar el aporte de drogas ilegales a los Estados Unidos. Todos nosotros sabemos el tremendo trabajo que tenemos para, por ejemplo, mantener la cocaína fuera de los Estados Unidos. Le mandamos millones de dólares a Colombia y otros países e intentamos detenerlo. Pero, el verdadero problema que tenemos es que somos un país grande y rico y hay una gran demanda de cocaína por aquí. Entonces, no importa lo que hagamos en los demás países, la cocaína sigue entrando y lo mismo pasa con las otras drogas ilegales. Aquí tenemos una oportunidad de causar un impacto mucho más grande que lo que podemos con las drogas ilegales. Aún estamos creando el problema de la demanda. Éste es un país que responde de 25 por ciento de toda la riqueza en el mundo. Es un país que tal vez compre un enorme volumen de madera ilegal de todo el mundo. Bueno, podemos detenerlo. Esto no es una práctica de drogadicción, sino de negocios, y podemos pararla de acuerdo con las leyes de este país. Cuando la detengamos, causaremos un enorme impacto para nuestro país y para los demás países”.

Se ha visto que por lo menos un senador republicano de los EE.UU. comprende que la guerra contra las drogas no tiene ninguna chance de tener éxito un día. “Hay una gran demanda de cocaína por aquí. Entonces, no importa lo que hagamos en los demás países, la cocaína sigue entrando”. Pero el motivo que presenta para la demanda da a entender por lo menos que las tentativas de eliminarla pueden causar un impacto limitado a lo mejor: “Somos un país grande y rico”. La gente compra drogas, o algunas personas lo hacen, porque pueden pagarlas. No es probable que eso cambie dentro de poco. Y terminar con la pobreza que plaga partes de nuestra población – la solución de costumbre presentada por el extremo liberal del espectro – tampoco va a acabar con el problema de la droga. Porque, en cierta medida, más riqueza quiere decir más consumo de drogas también, pese a que la pobreza pueda incrementar el daño que las drogas terminan causando. Alexander no dijo directamente que las drogas están aquí para quedarse, pero dijo que “aquí tenemos una oportunidad de causar un impacto mucho más grande que lo que podemos con las drogas ilegales”. Y, para mí, esa declaración implica que hay límites para lo que podemos hacer con la demanda también.

Entonces, ¿cuál es el próximo eslabón lógico en esta cadena de lógica? Si no podemos detener el consumo de drogas, luego la cuestión deviene ¿cómo convivir de la mejor manera con ello? Como señaló la Dr.ª Elders hace 14 años este mes, la prohibición de la drogas causa la criminalidad. A mi juicio, un abordaje de convivencia con el consumo de drogas que cause la criminalidad no tiene sentido. Pero, aunque sepa que muchos líderes estadounidenses lo entienden (con base en lo que Elders ha informado sobre las secuelas del evento), parece que, en su mayor parte, no están dispuestos a decirlo en voz alta.

Hay que cambiar eso – ser líder no siempre significa decir lo que es popular. Una discusión de la droga, la criminalidad y la violencia que no trate de las consecuencias de la prohibición es una conversación incompleta. Nosotros, quienes comprendemos esto, necesitamos reivindicar un debate serio. A cada día que pasa, la pérdida para nuestra seguridad, nuestras libertades, las vidas de los individuos desventurados a quienes la guerra a las drogas les ha pegado con más fuerza es demasiado grande para permitir el proseguimiento de la paliza.

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