Reseña de la Crónica de la Guerra Contra las Drogas: "Drugs in Afghanistan: Opium, Outlaws, and Scorpion Tales", de David Macdonald (2007, Pluto Press, 295 págs., $35 en rústica)

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Phillip S. Smith, Escritor/Editor

Como la producción de la adormidera afgana atinge otra vez niveles recordes este año, el libro “Drugs in Afghanistan” [Las drogas en Afganistán] del asesor del programa de control de las drogas afganas, David Macdonald, no podía ser más oportuno. Sociólogo con talento para el periodismo, Macdonald ha pasado gran parte de los últimos ocho años dentro del país, recurriendo la longitud y la amplitud de la tierra, revisando el material poco voluminoso sobre el consumo y la producción de drogas y conversando con todos, de talibanes y caudillos a agricultores de la adormidera, fumadores de hachís e inyectores de heroína. El resultado es probablemente la mirada más profunda y matizada al rol de las drogas en Afganistán que ya fue publicado.

Para la mayoría de los occidentales, aun seis años después de la invasión estadounidense que derrocó al Talibán, Afganistán sigue siendo un lugar misterioso y exótico, apenas comprehensible en medio de los destellos breves de iluminación ocasionados por la atención intermitente del Occidente. Pero, tras años de trabajo en la cuestión de las drogas en Afganistán, Macdonald demuestra un entendimiento de la historia, cultura y sociedad afganas y un sentido agudo de las complejidades que rodean la producción y el consumo de drogas que inspiran de veras.

[inline:nejat3-small.jpg align=right caption="ilustraciones antidrogas, Centro Nejat, Kabul (foto de Phil Smith, otoño de 2005)"]Alcanzar la verdad sobre las drogas en Afganistán no es fácil. En primer momento, Macdonald escribe sobre un encuentro con un funcionario antidroga talibán en el cual ese funcionario hizo mención de cuentos de personas que cortaban las cabezas de las culebras y las colas de los alacranes, los secaban y los fumaban para intoxicarse. Instigado por el cuento quizá apócrifo, Macdonald y sus colegas se quedaron de ojos abiertos para las pruebas de dichos relatos. La búsqueda de colas de alacrán se volvió un encuentro con los “cuentos de alacrán”.

Como escribe Macdonald: “Lo que tal búsqueda de usuarios de cabezas de culebra y colas de alacrán significa, sin embargo, es que la busca de la verdad sobre las drogas y sus consumos en Afganistán, como muchos otros tópicos en ese país, es una empresa esquiva embrollada con frecuencia por la exageración, el rumor, la insinuación, la falacia, las medias verdades y la pura falta de información fidedigna. Es el equivalente afgano de la leyenda urbana contemporánea difundida por los antiguos rumores chinos o lo que puede llamarse el ‘cuento del alacrán’”.

En “Drugs in Afghanistan”, Macdonald se encarga de los cuentos de alacrán, sacando un esclarecimiento considerable de las realidades demasiado oscuras del tópico. Para comprehender el consumo y la producción contemporáneas de las drogas afganas, el contexto histórico es particularmente importante y, en eso, Macdonald brilla. Él explica el rol de los tóxicos en el Islam y las presiones contradictorias que moldean la obediencia (o no) al dictamen de la religión que dice que los tóxicos son haram (prohibidos). Él también recuerda a los lectores el contexto histórico más inmediato de las últimas décadas, en que las estructuras sociales que unen a los afganos han sido destrozadas por años de invasión, guerra de guerrillas, caudillismo y la reanudación de la invasión.

Macdonald delinea la historia de la producción de la adormidera en Afganistán, la llegada de los laboratorios de heroína en los años 1970 y su expansión en los años 1980 bajo la presión gemela de una ofensiva en el lado pakistaní de la frontera invisible y la necesidad de que los muyahidín antisoviéticos respaldados por los EE.UU. financiaran su guerra contra los rusos. Él también clarifica el rol de los caudillos, de los capos del narcotráfico y de los funcionarios corruptos del gobierno en el continuo tráfico de opio (y heroína) en expansión.

[inline:scorpiontales.jpg align=left]Pero parte de su trabajo más útil está en deshacer la imagen estereotípica del afgano campesino que cultiva la adormidera. ¿Por qué algunos agricultores cultivan la adormidera aun cuando ella es prohibida mientras que otros no lo hacen? ¿Cuáles agricultores sacan provecho de veras de la adormidera y cuáles se ven llevados solamente a más penuria y endeudamiento? Macdonald brilla con su enumeración de los numerosos factores económicos, sociales y aun personales que impelen a un agricultor a cultivar adormideras y determinar cuánto va a ganar.

Su obra debería servir como advertencia a los gobiernos occidentales, especialmente el de los EE.UU., que pide una tremenda campaña para erradicar las adormideras. Como muestra Macdonald, hasta el presente momento, la erradicación ha sido desigual, corrupta y perjudicial para los sustentos de los campesinos, mientras que ha creado un suelo fértil de reclutamiento para el Talibán. Si se desea que alguna forma de erradicación funcione, sugiere Macdonald, hay que trabajar para el largo plazo dentro del contexto general de construcción y fomento de instituciones y hacer cuidadosamente que se reduzca el impacto negativo sobre los agricultores.

Pero aunque el Occidente se inquiete por la adormidera afgana que va en su dirección, la otra mitad de la historia de las drogas en Afganistán trata del consumo de drogas de los afganos. Como especialista en reducción de la demanda de drogas, Macdonald puede hacer un retrato del consumo de drogas afgano sin igual en lo que yo ya haya leído. Del alcohol y del hachís a la adormidera, la heroína inyectable y una torrente relativamente nueva de tóxicos farmacéuticos, el consumo de drogas es parte de la cultura y de la sociedad afganas. Pero, aunque históricamente el consumo de drogas sucediera dentro de normas y prácticas sociales tradicionales, las décadas de guerra, la desorganización y la dislocación que han plagado el país han producido una población extremamente vulnerable al consumo problemático de drogas, el cual queda desatendido en gran parte.

Macdonald ha escrito el libro sobre las drogas en Afganistán. Al hacerlo, ha dado un ejemplo excelente a cualquiera que piense en hacer algo parecido con el consumo y la producción de drogas en otros países. Con su mezcla de análisis económica, cultural e histórica, perspicacia etnográfica y visión humana de los afganos y de sus vicios y problemas con las drogas, “Drugs in Afghanistan” debería ser lectura exigida de todos los legisladores que están en Bonn o Londres o Washington tramando sus últimas campañas para Afganistán.

Pero cualquier interesado en el asunto quedará muy satisfecho con el trabajo de Macdonald. Si se lo lee hasta el fin, se descubrirá la verdad sobre esos cuentos de alacrán.

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