Crítica de cine de la Crónica: "The War on Kids" (2009, Spectacle Films, 99 min., US$ 19,95)

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Phillip S. Smith, redactor / editor

Hace algún tiempo que respiro aliviadamente porque mis hijos ya son grandes y no están sujetos a las escuelas intermediarias y secundarias actuales con sus abordajes doloridamente paranoicos a la seguridad y su observancia de los principios de la tolerancia cero. Mientras miraba informe noticioso tras informe noticioso de algún párvulo arrestado por besar a una compañera de clase, una estudiante de escuela intermediada suspendida por tener Midol [ibuprofeno], todo un colegio secundario de Carolina del Sur allanado a causa de drogas como si fuera una guarida de talibanes afganos, sabía que algo se había podrido en el modo por que tratamos a nuestros niños.

Pero nunca pensé en ello en serio, jamás desarrollé una crítica abarcadora de nuestro abordaje siempre más desquiciado a los jóvenes, nuestro deseo de protegerlos de algunas drogas al paso que los dopamos con otras o nuestro sistema de enseñanza cada vez más autoritario. The War on Kids [La guerra a los niños] lo hace. Galardonada con el premio de mejor película educativa en el Festival Internacional de Cine Independiente de Nueva York de este año, la película de 99 minutos documenta de modo inteligente y divertido los castigos infundados y excesivos que son administrados por escuelas y policías, las formas extremas de represión social, la creación mediática de cabezas de turco, la exclusión de la mayoría de la población y lo que solamente se puede llamar abuso farmacológico.

Todos estos abusos deshumanizadores y psicológicos dimanan de nuestro afán de proteger - ¿o será controlar? – a nuestros niños. Queremos protegerlos de la violencia y de la droga, del sexo en la adolescencia y de la bebida. Por supuesto, ahí la guerra a las drogas se cruza con la guerra a los niños, cada cual reforzando al otro en una espiral cada vez más grande de reacciones represivas y opresivas.

Como es lógico – pese a que esto sea subdesarrollado en la película -, la historia empieza en los asustadores años reaganistas del “basta con decir no” y de los “superpredadores” adolescentes. Ésa fue la época del ascenso de la tolerancia cero, una política que reemplaza el buen sentido y un abordaje individual por reglas rígidas y severamente punitivas. La intención inicial de la tolerancia cero era la de proteger a los estudiantes de las armas, pero hubo un retroceso y empezaron a suspenderlos por hacer dibujos de armas. Además, se trataba de protegerlos de las drogas – de algunas drogas, de todos modos -, pero hubo un retroceso y empezaron a cachear adolescentes al desnudo en busca de ibuprofeno, suspenderlos por tenencia de Alka-Seltzer y entregar a cualquiera que cogieran con un porro a la policía.

Como dice Mike Males, sociólogo de la juventud y autor de Scapegoat Nation, en la película: “Deben conformarse, deben ser constantemente monitorizados y supervisados, los colegios no toleran ni una sola gota de alcohol, nada de cigarrillos, nada de drogas, nada de sexo. Es una conformidad absolutista con reglas arbitrarias que son iguales para todos”.

Males procede a señalar que pese al pánico virtual respecto al consumo de medicamentos recetados y sobredosis con ellos entre los adolescentes, la verdadera epidemia de analgésicos y sobredosis se encuentra entre los de mediana edad. “No es admisible discutir el consumo de drogas en cuanto problema de la mediana edad, entonces hay esta discusión irreal sobre los adolescentes”, observa.

Los jóvenes, por supuesto, son cabezas de turco convenientes. Por más que resuman nuestros sueños y esperanzas, también representan nuestros miedos y pesadillas. Es mucho mejor proyectar todas esas estupideces en los niños que mirarnos en el espejo y forcejear con nosotros mismos.

El reverso de la guerra a las drogas es el recurso rarísimo al dopaje de una generación con Adderall [anfetamina, dextroanfetamina], Ritalina [metilfenidato] y el resto de la retahíla de “buenas drogas”. Aquí los documentalistas vuelven a brillar y ponen en un candelero brillante prácticas insidiosas y odiosas. La yuxtaposición de los dos capítulos de la película sobre las drogas también pone en un candelero brillante todo nuestro abordaje demente a las sustancias farmacéuticas. Si atrapan a un niño con cocaína, lo expulsan y lo encarcelan. Si el niño toma Ritalina, todo está bien. No importa que las dos drogas produzcan efectos biofarmacéuticos casi idénticos.

The War on Kids no trata solamente de la guerra contra las drogas. También ahonda en el estado de vigilancia cada vez más orwelliano construido en los colegios, los roles de administradores y maestros similares a guardias de prisión y aun la arquitectura autoritaria del colegio público estadounidense. (Cuando manejo por el interior de EE. UU. y topo con un edificio sombrío, cercado y casi sin ventanas, paro diciendo: “O es una escuela o una prisión”.)

Pero la guerra a las drogas y la guerra a los niños se alimentan la una de la otra. Nuestros abordajes durísimos al consumo y a las políticas de drogas son un componente crucial de la guerra a los niños. The War on Kids revela tal interacción, pero también la pone en el contexto mucho más general del miedo de nuestro sociedad que la insta a que controle nuestra juventud. Al hacerlo, desenmascara la habladuría, la hipocresía y el catastrofismo que con demasiada frecuencia pasa por un análisis razonado de los problemas de los jóvenes.

Como The Who solía decir famosamente: “The kids are alright!” [¡Los chicos están bien!] Son los adultos que me tienen preocupado.

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