Latinoamérica: Sendero Luminoso mata a 14 soldados en región cocalera peruana
La semana pasada las guerrillas de izquierdas del Sendero Luminoso mataron a 14 soldados peruanos en dos emboscadas en el Departamento de Ayacucho, ubicado en la región cocalera lejana y escabrosa del VRAE (el Valle de los rÃos ApurÃmac y Ene), y prometen volverlo a hacer. El ataque de la semana pasada contra los militares fue el más sanguinario desde octubre pasado, cuando 13 soldados y dos civiles fueron muertos en una celada contra un convoy militar en el Departamento de Huancavelica.
[inline:apurimacvalley.jpg align=left caption="un paÃs difÃcil para la caza de terroristas"]El Sendero Luminoso se originó en el Departamento de Ayacucho como movimiento revolucionario maoÃsta con raÃces que remontan a los años 1960. En la década de 1980, en una tentativa total de llegar al poder, el Sendero Luminoso luchó contra las fuerzas del gobierno en una insurgencia y combate a la insurgencia despiadadas que dejaron a 70.000 peruanos muertos antes de que Abimael Guzmán, el fundador y lÃder del grupo, fuera capturado en 1992.
En su apogeo, el Sendero Luminoso contó con 10.000 hombres y miles y miles de partidarios que le proporcionaban infraestructura, pero hoy se calcula que el número de sus combatientes armados esté entre los 300 y los 500. Por lo general, se sostiene que el grupo se ha deshecho de su ideologÃa y se ha acomodado a una vida de cartel criminoso. Pero todavÃa predica.
âEl objetivo es golpear a las fuerzas vivas del enemigo, las Fuerzas Armadas y policiales y a todos los que defienden con armas los intereses del imperialismoâ, dijo VÃctor Quispe Palomino, alias âCamarada Joséâ, en una llamada a una emisora de radio, informó Reuters.
Las emboscadas y las amenazas fueron la respuesta más enérgica del grupo a un intento del gobierno peruano de recobrar el control del VRAE, donde unas 40.000 familias se sustentan con los cocales. Desde que esa labor se puso en marcha el agosto último, por lo menos 33 soldados han sido muertos.
La medida en el VRAE forma parte del intento general del presidente Alan GarcÃa de suprimir la producción de coca a través de programas de erradicación respaldados por EE.UU. En calidad de segundo productor más grande de coca del mundo, el Perú recibe fondos de EE.UU. para sus programas de erradicación. El plan de GarcÃa también incluye la construcción de escuelas y hospitales en municipios remotos, pero parece que el Ejército marca una presencia mayor que los equipos de fomento del gobierno.
Pero el Sendero Luminoso también hace muestras de ser adinerado. Como el Talibán en Afganistán, saca beneficios de la prohibición y los resultados pueden ser mortÃferos, dicen los que critican el programa de GarcÃa. âEl Sendero Luminoso usa cada vez más poder de fuego en cada ataqueâ, le dijo Fernando Rospigliosi, ex ministro del Interior, a la Radio RPP en Lima. âLa operación Excelente, llamada asà irónicamente, es un desastre. Desde esa fecha (diciembre del 2006) hasta ahora lo único que tenemos es decenas de muertos y ni un solo senderista abatidoâ.
La situación era âinaceptableâ, dijo el ex comandante general del Ejército peruano, Edwin Donayre. âHay principios de guerra aplicables a la guerra convencional y no para la guerra no convencionalâ, le dijo a RPP. âResultados hay cero, entonces hay que reestructurar la estrategiaâ.
Pero el presidente GarcÃa habla sin pelos en la lengua. âNo nos detendrán los terroristasâ, dijo el mandatario. âVa a prevalecer la democracia y nuestras Fuerzas Armadas sà están capacitadas para aplastarlos. No nos van a detenerâ.
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La Guerra de los
La Guerra de los Tenientes
ArtÃculo de Gustavo Gorriti en su columna âLas Palabrasâ de Caretas 2131 del 27 de mayo.
¿Por qué hubo matanzas de gente indefensa perpetradas por las fuerzas de seguridad durante la guerra interna? Sendero, que habÃa iniciado y agravado la violencia, mataba casi cada dÃa a vÃctimas inermes. Pero si Sendero asesinaba, ¿las fuerzas de seguridad no debÃan proteger?
Me pregunté eso muchas veces durante la década de los ochenta, pero sobre todo en los primeros meses de 1983, cuando la acción contrainsurgente de la Fuerza Armada era relativamente nueva. Las primeras medidas del general Clemente Noel, a cargo de las operaciones militares y, en los hechos, del mando polÃtico en la zona, parecieron al comienzo racionales y congruentes, cuando declaraba que su objetivo era recobrar el imperio de la Constitución en las zonas remecidas por la violencia.
Dada la gravedad de la situación entonces, en la que para todo propósito práctico la PolicÃa habÃa sido derrotada, se sabÃa que iba a haber enfrentamientos duros y mortales. Pero, ¿no se suponÃa que el combate entre grupos armados debe regirse por las leyes de guerra, que respetan la rendición y protegen a la población desarmada?
El general EP Clemente Noel, a quien entrevisté varias veces, era una persona más bien afable, que parecÃa tener una disposición gregaria y concertadora. HabÃa sido alumno en el CAEM del mentor intelectual de Abimael Guzmán, el filósofo arequipeño Miguel Ãngel RodrÃguez Rivas, y le profesaba parecido respeto al que años atrás habÃa expresado Guzmán.
Pero poco tiempo después de la tragedia de Uchuraccay, Ayacucho se precipitó en el despeñadero que en los meses y años siguientes lo habrÃa de convertir en una de las capitales del mundo en desapariciones y asesinatos. Los cadáveres amanecÃan en las quebradas de Infiernillo y Puracuti, y las madres y esposas atardecÃan en colas largas en la oficina de la FiscalÃa de la Nación, donde la entonces joven fiscal Flora BolÃvar podÃa hacer poco más que llenar un registro fiel de quienes âla experiencia prontamente lo enseñóâ difÃcilmente retornarÃan a su hogar.
El primer gran cambio sucedió con el lenguaje. El pretendido desconocimiento burocrático, la hipocresÃa y el eufemismo ocultaron las sustantivas, soterradas pero fulminantes realidades de una violencia en la que al totalitarismo fanático y asesino de Sendero se le oponÃa un blando discurso de fachada, de supuesta defensa de la Constitución, y una cruel realidad de guerra de aniquilamiento.
¿Por qué? ¿No era aquello, además de ilegal, contraproducente y estúpido? Lo pregunté, como queda dicho, muchas veces, pero la respuesta más sincera me fue dada ese año por un general que tenÃa entonces uno de los puestos más altos en el Ejército. Yo lo conocÃa desde varios años atrás, cuando fui agricultor en el departamento de Arequipa. El general, que ya ha fallecido, era, aunque de temperamento vivo y hasta violento, un hombre correcto y honesto.
Aunque en rigor no lo éramos, me trataba de âpaisanoâ, y ese dÃa, en su oficina del Pentagonito, cuando le pregunté sobre el tema, se puso serio, pidió a su secretaria que no lo interrumpieran y me dijo, palabras más, palabras menos, lo siguiente:
â Paisano, esto no se puede decir, pero tienes que entenderlo: no hay otra. A un subversivo cristalizado no lo puedes cambiar. Nos duele, somos padres, somos gente correcta, pero no hay otra. Ese no va a cambiar. Si no lo eliminas, saldrá a la calle y matará a otros, a gente inocente, no como él, y envenenará a otros que cuando se cristalicen ya no van a tener remedio tampoco. ¿Tú crees que nos gusta? ¿Crees que no nos duele? Pero no hay otra.
Un subversivo cristalizado ya no tiene remedio.
Finalizó diciéndome que en situaciones como la que vivÃamos, no saber actuar a tiempo era más cruel que hacerlo.
Ese general, que al morir no tenÃa otro ingreso que su fraccionada pensión, demostró algo probado hasta el desaliento por la Historia. La poderosa distorsión de las ideologÃas convierte muchas veces a gente correcta en implacables victimarios.
Entonces recién declinaba en Latinoamérica un ciclo de brutales dictaduras contrainsurgentes que sofocaron todas las insurrecciones guerrilleras de la época, desde México hasta Argentina, salvo dos excepciones, Nicaragua y El Salvador (Colombia fue y es un caso diferente). La ideologÃa contrainsurgente que imperó entre las fuerzas armadas latinoamericanas fue la de la guerre révolutionnaire francesa, profundamente antidemocrática y de raÃces ultramontanas. Para sus profesos se trataba de una guerra virtualmente metafÃsica entre el âoccidente cristianoâ y el âcomunismo ateoâ. Al defender la tortura, uno de sus más célebres sistematizadores, el coronel Roger Trinquier, escribió, citando a Clausewitz, que âno hay errores más peligrosos que aquellos inspirados en la benevolenciaâ.
En esos años, esa contrainsurgencia tenÃa el prestigio de la victoria y el respaldo del poder, actual o reciente. Estableció redes operativas y de inteligencia en toda América Latina, e influenció a las Fuerzas Armadas peruanas, sobre todo a partir del gobierno de Morales Bermúdez. Interrogatorio a través del tormento, desaparición de cuerpos y de huellas, doble historia: esa fue la doctrina subyacente que se aplicó durante buena parte de la guerra interna.
Fue un proceso de sorda y corrosiva esquizofrenia, entre la democracia nacida en 1980; y el imperio de una contrainsurgencia ilegal, que en dos años produjo más muertes en los Andes y la Selva que, por ejemplo, todas las vÃctimas que causó Pinochet durante su larga dictadura.
Pero, como sucedió en varios otros momentos de nuestra historia militar, la logÃstica y el comando y control de la Fuerza Armada fueron más bien débiles en la relación entre las grandes y las pequeñas unidades. Por eso, la capacidad de iniciativa que tenÃa cada joven teniente o capitán que se hacÃa cargo de un distrito, era muy grande. Con muy pocos medios, tenÃa que alimentar, cuidar y mantener la disciplina de su tropa. A la vez, debÃa operar y, finalmente, proteger a la población local. Para los jóvenes, inicialmente inexpertos oficiales, al mando de muchachos casi adolescentes, generalmente foráneos (casi siempre llegaban de otras provincias), el desafÃo era inmenso y las instrucciones mÃnimas o inútiles.
Por eso, hay veteranos que sostienen que esa fue una guerra de tenientes y de capitanes. En esa situación de responsabilidad e inexperiencia, las diferencias individuales afloraron y fueron decisivas. Muchos jóvenes oficiales se identificaron profundamente con la población que les tocaba defender y se convirtieron en lÃderes comunales en tiempos de guerra.
En otros, sin embargo, el poder, la distancia cultural, la sospecha, el miedo y, a veces, la corrupción, los convirtieron en tiranos letales e impredecibles. A veces un tipo de oficiales sucedió al otro de un año al siguiente. Para los comarcanos, sobrevivir no solo suponÃa enfrentar a Sendero.
Claudio Montoya Marallano fue un joven teniente de ingenierÃa en el Ejército durante los años duros de la guerra. Ingeniero o no, le tocó actuar como infante una y otra vez, en increÃbles marchas y misiones entre descabelladas, cómicas, heroicas y muchas veces trágicas. Años después, retirado y emigrante, escribió una novela en primera persona sobre sus dÃas de campaña. El libro se llama âEl pecado de Deng Xiaopingâ (1) y su lectura enseña más que la mayorÃa de análisis. Lo que a veces le falta en oficio narrativo se compensa con creces en la autenticidad del relato.
Desgraciadamente, Montoya hizo una edición particular, muy pequeña, para amigos, compañeros y familiares. Gracias a uno de ellos pude leer el libro. Ojalá decida ofrecerla a una editorial que la pueda hacer llegar al público. Y ojalá otros de aquellos que alguna vez fueron jóvenes oficiales (o sargentos y cabos aún más jóvenes) escriban sus mejores y sus peores recuerdos de esos tiempos, con sinceridad, autenticidad y ojos de ver. Eso ayudará mucho a desenterrar la atormentada verdad del pasado, y al comprenderla y reconocerla, conquistar la memoria y la paz.
Notas:
(1) âEl Pecado de Deng Xiaopingâ, Claudio Montoya Marallano. España, 2008
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