Editorial: La pobreza y las leyes sobre las drogas

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David Borden, director ejecutivo

[inline:borden12.jpg align=right caption="David Borden"]En una semana cualquiera en la guerra a las drogas, ojear las noticias respecto a ella va a revelar una verdadera avalancha de ultrajes y calamidades. Nosotros no informamos la mayor parte de ellas aquí en la Crónica de la Guerra Contra las Drogas, porque simplemente son demasiado banales y necesitaríamos a un ejército de reporteros en vez del único que tenemos. Pero aun echando una mirada por aquí en una semana cualquiera queda vívidamente claro en cuantas direcciones y maneras diferentes las leyes sobre las drogas aúllan en contra nuestra:

Mientras hacemos frente a las muchas corrientes de la guerra a las drogas, también es importante mirar hacia nuestras raíces, los equívocos básicos y las tragedias horribles que son inherentes a la propia prohibición de las drogas. Una de esas tragedias, tal que influyó de manera considerable en mi propia opción de causa, es el empeoramiento y el sustento de la pobreza urbana.

Las leyes sobre las drogas mantienen a los barrios urbanos en la pobreza de dos maneras específicas. Una es la violencia y el desorden que la prohibición causa. Como la ley seca fomentó la Mafia el siglo pasado, las leyes de prohibición de las drogas de hoy crean un gran mercado clandestino omnipresente. Como la gente que infringe la ley no puede ir a la policía para presentar quejas cuando otros infractores violan sus derechos, las disputas son regidas por la violencia o la amenaza de ella. En vez de anunciar, pueden recurrir voluntariamente a la violencia para aumentar su participación del mercado, pues ya son organizaciones criminales que venden drogas. De ahí los tiroteos desde coches, los asesinatos por acuerdos que salieron mal, etc. Aun cuando la franca violencia no irrumpe, las transacciones en drogas ilegales, ya sucedan al aire libre, ya en un vestíbulo o un patio de recreo, afectan el clima de la vida y crean un sentido de desorden. Esto crea peligro para los transeúntes, aleja a negocios legítimos y, en general, dificulta la vida.

La segunda manera más seria por la cual nuestras leyes sobre las drogas contribuyen con la pobreza, por lo menos en su forma actual de imposición, es la penalización masiva – arresto, reclusión, antecedentes penales – que ha sido empujada por la vigilancia policíaca intensiva sobre ciertos grupos de personas. La investigación del Sentencing Project, por ejemplo, ha descubierto que, en un día cualquiera, hasta uno en cada tres jóvenes negros están bajo alguna forma de control penitenciario – prisión, cárcel, libertad vigilada o condicional. Por supuesto, esta cifra no corresponde totalmente a los delitos de drogas, pero como ha sostenido el Sentencing Project, la “guerra contra las drogas” ha sido la fuerza motriz en el crecimiento de la encarcelación en este país que va mucho más allá de cualquier precedente histórico.

El argumento simplista “si infringes la ley, debes ser castigado” palidece cuando comparado con la trituración masiva de lazos comunitarios y familiares producidos por este programa gubernamental cojo; o el entrenamiento para la criminalidad que estos jóvenes reciben cuando están presos; o, para muchos, la tentación de aprovechar la oportunidad ofrecida de ganar dinero ya y de hacer parte de algo que parece más interesante que el típico empleo legal que les está disponible. Además, ¿qué pasa cuando sus antecedentes penales aparecen en la pantalla de la computadora de un posible empleador, aun cuando no tuvieron que cumplir pena de prisión? Tenemos noticias de personas que enfrentan esta situación con frecuencia y ello es un gran problema en EE.UU. Aun simples autos de prisión pueden aparecer y frustrar los mejores intentos de alguien seguir el buen camino. ¿Luego qué van a hacer algunos de ellos? Sabemos que el programa tampoco funciona – al fin, las drogas aún están aquí y en masa.

En una visión de mundo realista, la toxicomanía sería percibida como parte anticipada de la condición humana para algunos, una cuestión para la cual la sociedad buscaría las mejores maneras de convivir, en vez de suprimirla y “combatirla” a través del sistema de justicia penal. Desdichadamente, las agonías visibles de los que luchan contra la adicción y de aquellos cuyas acciones afectan con más profundidad han impedido que empezara una comprensión generalizada del asimiento firme que las leyes sobre las drogas ejercen al fomentar la pobreza y los obstáculos que ponen en el camino de las tentativas de lidiar con ella.

Al acordarnos de nuestras raíces intelectuales, queda claro que este mensaje debe ser repetido una y otra vez hasta que sea escuchado y asimilado por los muchos. Cuando eso suceda, la legalización será vista como la ruta más sabia y surgirán nuevas esperanzas construidas sobre fundaciones sólidas.

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