Editorial: Llámela Como Quiera

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[inline:borden12.jpg" align=right caption="David Borden"]Un grupo de ciudadanos de Luisiana, que ya habían sido bien olvidado desde mucho antes del huracán, es un grupo de prisioneros, la mayoría de ellos pequeños infractores, condenados por vender heroína o por tenencia con intención de venderla. Los “Heroin Lifers”, como son conocidos entre el pequeño número de personas que sabe que fueron condenados de acuerdo con una ley durísima aprobada en 1973 que ordena una sentencia de prisión perpetua sin condicional para cualquier infracción de ese tipo. No se permite ni que la cantidad de heroína involucrada ni que cualquier detalle de las circunstancias reales sean considerados según este estatuto mínimo obligatorio particularmente severo.

Nuestro editor se topó con los condenados a prisión perpetua la semana pasada mientras conversaba con los expertos sobre el escándalo carcelario de la Nueva Orleáns post-Katrina y actualmente está pesquisando sobre la cuestión. Aún no sabemos cuántos de ellos hay, pese a que el autor Sasha Abramsky escribió en el Legal Times hace dos años y medio que la legislatura estaba pensando en conceder el derecho a condicional a los Heroin Lifers que habían cumplido por lo menos 40 años de sus sentencias y había cerca de 250 personas en esa condición. Si las fuentes pueden ser contactadas esta semana, tendremos un reportaje completo en la Crónica en la próxima edición.

Es bueno – un poco – que las autoridades de Luisiana estén dispuestas a ayudar a aquellas 250 personas. Aunque la motivación fuera el dinero, ellos pueden ahorrar al no tener que proporcionar cuidados geriátricos en la prisión sin ningún motivo (estoy especulando, quizá existan otros motivos también), es mejor – ligeramente mejor – que nada.

Pero, ¿y los presos de apenas 30 años? ¿O los de 20 años? ¿Cinco?

La idea de pasar una vida tras rejas, sin posibilidad de redención, tiene un aire de irrealidad – la mayoría de nosotros no puede concebir lo que sería una vida así o cómo sería tener ciencia de que esa sería la propia vida. Dichas penas, las cuales para cualquiera, sino para los peores de los peores de todos los criminales, deben ser la obra de personas que han perdido la perspectiva sobre lo que el encarcelamiento significa de verdad. Imagine que usted vaya a pasar un año en la cárcel. ¿No le parece mucho tiempo? Apenas un año de encarcelamiento es, intrínsecamente, una pena muy severa, si la medida de la severidad es el efecto real que un castigo tiene sobre el individuo punido. Aun si no se defiende a la franca legalización de las drogas (yo defiendo la legalización, por muchas razones), la ley de Luisiana, y muchas otras similares aprobadas por otros estados y por el Congreso, aún desafía la razón.

Entonces, ¿cómo deberíamos llamar a la acción que impone una sentencia de prisión mínima obligatoria duradera a un pequeño infractor de la legislación antidroga, ni hablar de una sentencia de prisión perpetua sin condicional? ¿Deberíamos llamarla injusticia? ¿Crueldad? ¿Tiranía? ¿Infractora de los derechos humanos? ¿Mala? Escoja esos u otros descriptores – por lo menos, vamos a concordar que no tiene sentido y que debe parar lo más pronto posible.

Cada día que pasa es otro día que los Heroin Lifers languidecen tras rejas y se les niega el derecho más esencial y natural al cual ellos están autorizados: el derecho a la libertad.

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