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Reseña de la Crónica: "Cool Madness: The Trial of Dr. Mollie Fry and Dale Schafer", de Vanessa Nelson (2008, MMA Publishing, 353 págs., US$ 19,95, edición en rústica)

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La periodista Vanessa Nelson, entrenada en la UC Berkeley, ha encontrado un hueco para sí misma en reportajes sobre los enjuiciamientos que tratan de la marihuana medicinal en California. Uno solamente espera que no sea un hueco mucho duradero; que los eventos acerca de los cuales reporta sean pronto cosa del pasado, un recordatorio extraño de lo que era vivir en los malos viejos tiempos.

Pero, como indica la reciente redada de la DEA contra un dispensario de San Francisco, la era de los enjuiciamientos desconsiderados del gobierno federal de EE.UU. contra pacientes y proveedores de marihuana medicinal todavía no se ha acabado – pese a las palabras agradables del fiscal general Holder. Actualmente otros proveedores californianos de marihuana medicinal están cumpliendo penas de prisión, algunos esperan ser condenados y ciertos están en medio de apelaciones. Todos hacen frente a (o ya están sujetos a) severas leyes condenatorias federales por el delito de intentar ayudar a sus colegas de sufrimiento.

El caso de la Dr.ª Mollie Fry y de su esposo, el abogado Dale Schafer, está entre los más indignantes. La Dr.ª Fry es una médica que vive en el Municipio de Cool (por eso el título) en las laderas de Sierra Nevada y pasó a adoptar los beneficios terapéuticos del cannabis tras un brote de cáncer. Ella se convirtió en una militante entusiasta de la hierba, la recomendó a pacientes y, con la ayuda de su esposo, los incentivó a que la cultivaran (y aun les vendió equipos básicos), además de intentar cultivarla – sin mucho éxito – ellos mismos.

Fry y Schafer habían consultado la fuerza pública de la zona y creían que estaban protegidos contra el enjuiciamiento, pero fueron ingenuos y estaban equivocados, como empezó a ponerse evidente el 26 de septiembre del 2001, cuando su casa y oficinas fueron allanadas por agentes agresivos de la DEA y se incautó el número enorme de 34 plantas de marihuana. [N. del E.: Para eso tenía tiempo la fuerza pública federal de EE.UU., apenas dos semanas después de importantes ataques terroristas contra dos ciudades estadounidenses.]

Luego, como sucede bastante en las redadas de la DEA a causa de la marihuana medicinal, nada pasó, como si la incautación hubiera desaparecido en el limbo. Es decir, nada sucedió hasta que la Corte Suprema de EE.UU. se puso del lado del gobierno federal en el caso Raich en el 2005. En cuestión de días, Fry y Schafer se vieron incriminados y arrestados por cargos federales de elaboración y distribución de marihuana.

Por raro que parezca, de algún modo las 34 plantas incautadas se habían convertido en más de 100 en el caso del gobierno. Es una diferencia importante – la diferencia entre una sentencia corta o aun libertad vigilada y una condena mínima obligatoria de cinco años como mínimo. Eso estaba determinada a obtener la subprocuradora federal Anne Pings cuando Fry y Schafer finalmente fueron a juicio el 1º de agosto del 2007.

Nelson proporciona un relato pormenorizado de los trámites, de la selección de Tony Serra, el famoso abogado defensor, por parte de la defensa y Laurence Lichter, su asesor jurídico menos extravagante, pero igualmente tenaz, a la vista para estipular la fianza después que los condenaron. Al hacerlo, ella ha redactado una narrativa absorbente más parecida con una novela que uno no puede dejar de leer que con una transcripción seca y polvorienta del juicio.

La narrativa no sólo es absorbente, también es indignante para cualquiera que simpatice con el movimiento pro marihuana medicinal o que adhiera a la idea de que juicios tratan de hacer justicia. Serra y Lichter fueron prohibidos aun de hacer mención de la marihuana medicinal, lo que suele ocurrir en los juicios federales que se encargan de ella. De ese modo, salvo para los partidarios de la marihuana medicinal tan cegados por la rectitud de su causa que no pudieron ver la catástrofe que se avecinaba, era casi una conclusión obvia que la acusación iba a lograr las condenaciones. Eso no impidió que el dúo defensor intentara presentar el tema varias veces, lo que llevó a protestas trepidantes de la acusación, apartes iterados con el juez y chicanas en la sala de audiencias. Empero, el jurado que vio el caso recibió solamente las alusiones más desfallecidas a aquello de que realmente se trataba.

Fry, Schafer y familia en manifestación de agosto del 2007 (por cortesía de indybay.org)
Hubo algunos verdaderos villanos en este pequeño drama y algunos bufones también. (Aunque Nelson simpatizara claramente con los reos, las siguientes caracterizaciones son mías, no suyas.) La procuradora Pings no escatimó tácticas, indirectas e insinuaciones para intentar convencer al jurado de que Fry y Schafer eran narcotraficantes ávidos de dinero, ¡aun llegando a decirle al jurado que hicieron propaganda de sus servicios en una emisora de radio de la zona! Tampoco tuvo la menor duda en intimidar y amenazar a ex empleados que hacían frente a sus propios problemas jurídicos a convertirse en testigos de cargo y retratar a la pareja como camellos mercenarios de marihuana. Acciones como ésas pueden hacer de Pings una procuradora eficiente, pero también la describen como un ser humano terrible dispuesto a hacer sea lo que fuere para reducir a gente inofensiva a prisión.

Otro villano digno de nota fue el sargento Ashworth de la Jefatura de Policía de la Comarca de El Dorado. A petición de Fry y Schafer, Ashworth visitó sus propiedades varias veces, además de gozar de su hospitalidad y asegurarles de que actuaban conforme a derecho. Pero en el segundo semestre del 2001, cuando se hartó de tomar café con la Dr.ª Fry, se fue a dar parte a la DEA. Peor aún, Ashworth alentó activamente a la pareja a cultivar otra cosecha aquel año, lo que llevó a la acusación al número mágico de las 100 plantas. Esta especie de comportamiento turbio y traicionero merece una reacción. En este caso, parece que la reacción adecuada sería derrotar a su jefe en las elecciones y mandar Ashworth a patrullar la perrera.

En cuanto a los bufones, el mote se ganaron los agentes de la DEA en el caso, del supervisor que parecía demasiado despistado respecto a las cosas sobre las cuales testificaba al agente encubierto de la DEA que se infiltró en reuniones que discutían la marihuana medicinal donde no se fumaba ninguna juana y temía que se estaba colocando por tabla solamente por estar allí. En un ejemplo aún más increíble, pero revelador, de la bufonada de la DEA, Nelson relata el cuento de dos agentes en el juicio quienes, tras dirigirse al estacionamiento del palacio de justicia para ingresar a su auto e irse a almorzar, vieron que un integrante de la comunidad pro marihuana medicinal que asistió al juicio caminaba hacia aquel mismo aparcamiento (¡!) y presumieron que los acechaban. Los agentes espantados se escaparon a pie y llamaron a sus supervisores para pedir respaldo, solamente para que se burlaran de ellos y recibieran órdenes de regresar y traer su vehículo.

Los tipos de la DEA pueden ser imbéciles y la procuradora una persona vil, pero detrás de ellos estaba el pleno poder del gobierno federal de EE.UU. El relato de Nelson permite ver cómo estos villanos y payasos lograron ejercer ese poder. Hay que repetirlo: esto debería ser un despertar para los que crean que los enjuiciamientos federales contra la marihuana medicinal tienen algo que ver con la justicia.

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