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Reportaje: Festival del Cáñamo de Seattle vuelve a atraer multitudes en celebración de cultura cannábica

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El sábado y domingo últimos, el Parque Myrtle Edwards de Seattle, un terreno de más de un kilómetro y medio en frente al Puget Sound al norte del centro, volvió a recibir el Festival del Cáñamo de Seattle. Y otra vez, el Festival del Cáñamo estuvo a la altura de su reputación de “protestival” pro marihuana más grande del mundo.

Con un personal permanente de cerca de cien, liderado por el infatigable Vivian McPeak, y aproximadamente mil voluntarios que trabajan para montar el evento, hacer que todo salga bien y desarmarlo al cabo del fin de semana, el Festival del Cáñamo no es solamente una celebración de la cultura cannábica, sino también la encarnación viva del activismo cooperativo de base que ha prosperado durante años en Seattle.

Desde sus comienzos como pequeño evento pro cáñamo hace 17 años, el Festival del Cáñamo se ha convertido en el debut para la nación cannábica de Estados Unidos, que en Seattle incluye no solamente a fumetas, jipis arrugados y el Sr. Narguile (un tipo que lleva un narguile funcional en su cabeza), sino a punks, góticos, aficionados a fiestas de música electrónica, individuos desacostumbrados de veinti- y treintialgo, familias con niños en cochecitos y – la celebridad cannábica más grande de la ciudad - Rick Steves, escritor de libros de viaje. Steves volvió a pedir que EE.UU. siga el ejemplo de Europa al relajar la legislación sobre la marihuana.

A lo largo de los dos días de duración del evento, más de 150.000 personas comparecieron para ver y ser vistas, escuchar cuatro escenarios de música en vivo, echar una mirada a los cientos de puestos de vendedores en busca de las más nuevas tecnologías y las mejores compras en pipas de vidrio, polos, artículos de cáñamo y demás avíos y accesorios relacionados con la marihuana.

Y para colocarse en público con sus camaradas. Ya hace años que la policía de Seattle ha tenido un arreglo con el Festival del Cáñamo, todavía más desde que los votantes de la ciudad le ordenaron a la fuerza pública con mucha claridad en 2003 que la marihuana debería ser la menor prioridad legal de la ciudad. La policía estaba presente, patrullando las veredas del parque a pares, pero parecía hacer caso omiso del fumar abierto de marihuana que sucedía por todas partes.

En efecto, el Festival del Cáñamo no es apenas el protestival pro marihuana más grande del mundo, también es un tremendo acto de desobediencia civil. Aunque Seattle tenga su política de menor prioridad y el Estado de Washington haya despenalizado la tenencia de marihuana, el consumo y tenencia de marihuana aún son ilegales. Cuando un orador se dirigió a la multitud indicando este hecho y diciéndoles a los oyentes que, pese a todo el progreso que habían hecho, aún eran criminales, la muchedumbre contestó con una enorme ovación.

La única verdadera tensión en el Festival del Cáñamo ocurrió cuando un pequeño grupo de predicadores fundamentalistas con sus letreros vejó a las multitudes de paso, diciéndoles que se iban al infierno por sus pecados. Eso ocasionó discusiones acaloradas de vez en cuando. En determinado momento el sábado, se escucharon las amenazas de los organizadores del Festival del Cáñamo respecto a mandar una brigada de transgéneros para asustar a los fanáticos.

Algunos asistentes del Festival del Cáñamo hicieron una pausa de mirar, comprar y escuchar música para realmente escuchar los discursos entre una banda y otra de activistas que piden más reformas en la legislación sobre la marihuana. En tanto que la despenalización y la legalización fueron temas comunes como era de esperarse, el Festival del Cáñamo de este año enfatizó otras dos cuestiones: La promoción del cáñamo y la lucha por la legislación estadual sobre la marihuana medicinal de Washington, especialmente la lucha corriente por lo que son cantidades adecuadas de marihuana permisible para pacientes. Actualmente el estado se mete con los pacientes y militantes para saber qué constituye una oferta mínima de 60 días de su remedio. Una propuesta anterior pedía 992g de marihuana, pero la gobernadora Christine Gregoire buscó revisarla y ahora el estado recomienda un límite de 680g.

Además de los discursos entre una y otra banda, el activismo político también sucedió a lo largo del Festival del Cáñamo en la tienda Cañamosio, pese a que, en un indicio del rol que la política desempeñó en el festival general, la gente en la tienda llegó a las decenas, a diferencia de las decenas de miles que escuchaban música.

“Cada paciente que conozco no va a estar en conformidad con la regla de los 60 días. No va a funcionar. Es impulsada por la represión, no la ciencia”, dijo Douglas Hiatt, un abogado que representa a usuarios de marihuana medicinal, cuando habló en una de las sesiones del Cañamosio. Hiatt estaba entre los activistas que pedían que pacientes y partidarios se echaran a las calles para una acción el 25 de agosto en favor de límites más altos.

Pero para la mayoría de los asistentes del Festival del Cáñamo, el evento fue una fiesta, una celebración, no un seminario político. Aunque eso pueda ser una desilusión para los activistas, también es una demostración de la amplitud y del alcance de la cultura cannábica del Noroeste Pacífico. Ha entrado en la corriente dominante, con toda la apatía apolítica que abunda en la cultura general.

Y si el Festival del Cáñamo fue demasiado blando para su gusto, siempre se puede chequear el Festival de la Metanfetamina, no una celebración de la cultura anfetamínica, sino un concierto asustador de rock presentado en la cercana Belltown.

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