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Reseña de la Crónica de la Guerra Contra las Drogas: "High Society: How Substance Abuse Ravages America and What to Do About It”, de Joseph Califano (2007, Public Affairs Press, 270 págs., $26.95, edición en tapas duras)

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Hay un proverbio antiguo que dice que no hay nada peor que un fumante reformado y Joe Califano es un fuerte candidato a ser la madre de todos los fumadores reformados. El ex ministro de Sanidad, Educación y Bienestar en el gobierno Carter, el cual solía fumar cuatro cajetillas en serie por día y ayudó a orquestar la primera gran campaña antitabaquista del país, ha pasado a crear el Centro Nacional contra la Adicción y el Abuso Químico (CASA, sigla en inglés), nominalmente en la Universidad de Columbia, del que durante los últimos 15 años él se ha valido como base para sermonear al país respecto de los peligros del consumo de drogas y de alcohol.

Joe Califano un poco más joven
Para Califano, parece que no existe el consumo de drogas no nocivo. Ah, él sí admite que la mayoría de los fumadores o bebedores adolescentes no se vuelve fumante de marihuana o que la mayoría de los fumantes de marihuana no termina adicta a la heroína en una parte escondida en algún párrafo en medio de un capítulo, pero dicha admisión sucede solamente después de haber asediado al lector con una aluvión implacable de factoides que sugieren justamente lo contrario. Se recibe la impresión de que si Joe Califano hiciera lo que quiere, el mundo sería abstemio.

Lo importante para los reformadores de las políticas de drogas es que Califano articula explícitamente lo que tal vez sea el obstáculo más serio a acabar con la prohibición de las drogas: El argumento de que el consumo de drogas es inmoral porque esclaviza a los usuarios de drogas y los priva del libre arbitrio. Aunque raramente ese argumento sea articulado en los círculos de las políticas, uno entiende que está infiltrándose debajo de la superficie. ¿Cómo se puede legalizar las drogas cuando el consumo de drogas está simplemente “mal”? (Por el momento, olvide la inconstancia y la hipocresía de debatir que el fumo de marihuana está “mal”, pero que tomar cerveza no o que sólo está “mal” si se es alcohólico.)

Pero Califano merece atención también porque, pese a que esté frecuentemente equivocado, no siempre lo está. Sí, el consumo de drogas es un problema social serio. Sí, el alcohol y el tabaco matan a muchísima gente. Sí, no podemos valernos del arresto o de la prisión para solucionar el problema – con certeza. Sí, el tratamiento químico es subfinanciado, subestudiado y, con demasiada frecuencia, no pasa de un chanchullo para ganar dinero. Él se ha manifestado contra las sentencias mínimas obligatorias para delitos de drogas y ha pedido la revocación del infame dispositivo antidroga de la Ley de Enseñanza Superior [Higher Education Act].

Desdichadamente para la causa del rigor científico (y las políticas de drogas basadas en la ciencia), Califano y su califato CASA han demostrado ser más adeptos de la defensa y de la redacción de notas de prensa que de la estadística. Se sabe muy bien que Califano ha sido atrapado distorsionando datos sobre la bebida entre los jóvenes y exagerando los datos respecto del consumo de drogas en la universidad. Justo la semana pasada, él apareció en CNN advirtiendo falsamente que el abuso de medicamentos recetados podía ser más popular que la marihuana entre los niños.

Con su aluvión de factoides disfrazados de argumentación, “High Society” sufre de algunos de los mismos defectos que las demás labores de Califano y del CASA. Algunos de sus factoides son simplemente engañosos, como cuando él agrupa las costas de imponer las leyes sobre las drogas, lo que es una opción de políticas, con las costas del abuso químico o cuando él señala el rápido aumento en adolescentes admitidos al tratamiento químico por marihuana sin mencionar que la mayoría de ellos fue enviada allí por los juzgados o las escuelas como respuesta refleja a ser atrapados fumando marihuana. Algunos son simples truismos disfrazados de avances científicos. “¡Es probable que los alcohólicos abusen de otras drogas!”, exclama. Eso es más emocionante (y asustador) que observar que la gente que aprecia una droga podría apreciar otras también.

Califano usa su ataque de verdades estadísticas a medias y engaños para proponer más prevención, ampliación y mejoría del tratamiento, más represión legal (¡y seguramente no la legalización de las drogas!) y una cruzada general contra el abuso químico. Nadie va a debatir contra más prevención a las drogas – si imparte información precisa y no solamente tácticas de intimidación – ni contra más acceso a un tratamiento químico mejor – con tanto que no sea tratamiento coercitivo. Pero aunque Califano critique programas como el DARE por ser ineficaces, su propia obra sugiere una cierta susceptibilidad al impulso propagandístico. Y con certeza él es un defensor del tratamiento forzoso. Él cree que hay demasiada gente en la cárcel por drogas, pero mientras las tengamos, daría lo mismo forzarlas a pasar por el tratamiento químico, liberarlas condicionalmente de acuerdo con el modelo de la abstinencia y tirarlas nuevamente a la chirona si vuelven a consumir.

A él también le gustaría ver más arrestos por marihuana. En verdad, él señala la yihad del ex alcalde de la Ciudad de Nueva York, Rudolph Giuliani, contra los fumadores de marihuana, cuando Nueva York respondió por casi 10% de las detenciones por marihuana en todo el país, como un buen modelo.

Califano merece ser leído por los reformadores de las políticas de drogas porque él va a ser muy leído por gente bien intencionada e interesada en el abuso químico. Sus exageraciones, distorsiones e hipérbole van a tener que ser rebatidas. Como observé arriba, no siempre él está equivocado. Con todo, el CASA y él son tan perniciosos que, si usted va a leer “High Society”, le incentivo a hacerlo en la biblioteca o pedir una copia usada. Califano ha prometido entregar todos los lucros del libro al CASA y no queremos alentarlos.

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