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Latinoamérica: Cocaleros peruanos avanzan en tierras indígenas

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Impelidos por los lucros del narcotráfico y medidas enérgicas en otras partes del país, los cocaleros en el Valle de los Ríos Apurímac y Ene (VRAE) en la región centro sur de Perú están avanzando en tierras indígenas en la selva amazónica del país, de acuerdo con un nuevo informe de la agencia de noticias Inter Press Service. Los ocupantes de aquellos territorios no están contentos.

Phil Smith, editor de la Crónica, con Abdón Flores Huamán, líder cocalero del VRAE
Perú es el segundo productor más grande de coca detrás de Colombia y produjo unas 56.000 toneladas de hojas de coca y cerca de 180 de cocaína, conforme a la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Menos de la mitad de todo el cultivo de la coca peruana sucede en el VRAE, donde hay unos 30.000 agricultores que integran el sindicato cocalero. Solamente 10.000 de ellos más o menos están inscritos en ENACO, el monopolio de la coca del Estado Peruano que compra las cosechas lícitas de coca.

Pese a que las autoridades peruanas estén llevando a cabo labores de erradicación en otras partes del país, como en el Valle del Huallaga, dichos esfuerzos están en espera en el VRAE, donde las autoridades temen prender la mecha en una mezcla explosiva de pobreza, sentimiento antigobiernista, carteles del narcotráfico y resquicios de Sendero Luminoso que han degenerado en narcotraficantes o protectores de traficantes.

El comisionado para la Paz y el Desarrollo en la Selva Central, Mario Jerí Kuriyama, le dijo a IPS que el pueblo indígena de los asháninca en la región se ha quejado varias veces de incursiones de presuntos cocaleros. A mediados de julio, comunidades ashánincas a través del Río Ene estuvieron de acuerdo en oponerse a las intrusiones de forasteros y proteger sus territorios.

“Hay un fuerte desplazamiento en los últimos años a la selva central de estos colonos que se ven empujados a sembrar coca debido a lo rentable que resulta. Pero esto ha originado el rechazo de los indígenas que no quieren extraños en sus tierras”, dijo Jerí Kuriyama.

estatuas de hojas de coca en el Parque Municipal de Pichari (foto de Phil Smith, Crónica de la Guerra Contra las Drogas)
“Hay un rechazo del pueblo asháninca a los colonos, sobre todo porque los vinculan con Sendero Luminoso, que acabó con sus familias durante el conflicto armado (1980-2000), y también los asocian al narcotráfico. Para ellos siempre serán los ‘invasores’”, le dijo a IPS Óscar Espinosa, un antropólogo de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Una comunidad asháninca en el Ene, Shimpenshariato, ha recibido un golpe particularmente duro, le dijo Kilderd Rojas, técnico de CARE, a IPS. Tras un viaje difícil de un día entero en automóvil y bote al pueblo remoto, Rojas informó que hay grandes plantaciones de coca junto a casas equipadas con antena parabólica y otros lujos. “Por lo menos la mitad del territorio de la comunidad está invadido, y, de esa extensión, el 30 por ciento está cubierto por coca y el resto por otros cultivos”, dijo Rojas.

El ingreso de los cocaleros a las tierras indígenas es un resultado previsible de los intentos de tomar medidas enérgicas contra el plantío de la coca y la producción de drogas en la región, dijo Ricardo Soberón, experto en drogas y desarrollo. “Mientras las autoridades cantan victoria en otros valles como el Huallaga, no están viendo el movimiento de péndulo hacia la selva central donde se concentran las rutas del narcotráfico, los grupos armados del terrorismo, almacenes de cultivos con nuevas áreas y una serie de factores que está exponiendo a los indígenas a los intereses de las mafias”, le dijo Soberón a IPS.

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